sábado, 26 de enero de 2008

Todas las mañanas del mundo

Todas las mañanas tienen un sabor muy parecido. ¿Y cómo no habrían de tenerlo? A ciertas horas del día, pocas cosas pueden superar el seductor aroma del café recién molido y convertido en una tasa de expresso.

Todas las mañanas, antes de entrar en ese enloquecedor ritmo urbano que obliga a correr y tener prisa siempre sin saber por qué, pero que todo lo invade y siempre se extraña cuando no se tiene cerca, beber el expresso le daba sentido al amanecer, al tiempo. Después de lo cual la vida era de una iracunda precisión, bañarse-correr vestirse-correr conducir-correr correr-correr...

En el trayecto de su casa a su trabajo siempre transitaba por un mismo cruce. El semáforo que controla el tráfico vehicular siempre le indicaba detenerse. Al menos así había sido durante los últimos cinco años. Era curioso, hasta ese momento lo había pensado. El día comenzaba al moler un poco de café y prepararlo, al beber una tasa de expresso y pensar en nada, al salir al día para ir a su trabajo y detenerse en el mismo crucero debido a la luz del semáforo.

En ese crucero comenzaba a percibir la diversidad de las personas del día. Cruzaban frente a él, personas altas, bajitas, morenas, de piel clara, hombres, mujeres, niños, niñas, estudiantes, oficinistas, calvos, mujeres hermosas, mujeres feas, hombres adustos, personas hablando, personas calladas, ausentes, decididos, bien dormidos, mal dormidos, mentirosos, vituosos, católicos, protestantes, ateos, decentes, indecentes, amorosos, desgraciados, ingenuos, optimistas, delincuentes, avesados, con preguntas, con respuestas, frígidas, ninfómanas, concupiscentes... vaya uno a saber, una lista infinita para una modesta luz roja.

Entre todos los personajes del crucero, el paisaje se completa todos los días con la presencia de un hombrecillo al que ha visto durante los últimos años. Lisiado de la pierna izquierda, siempre utiliza un bastón, que hace que su estatura pequeña no pase desapercibida. Camina entre los autos con una pequeña alcancía repetiendo en cada ventanilla "...desea donar para niños con parálisis..." La voz que utiliza es un poco ahogada, pero aguda, es como la de un anunciador. Casi, casi, parece una canción, desafinada, desganada.

Cuando llego al semáforo, sé que es inevitable encontrarlo. Y cuando llego, siempre me pregunto cuánto tardará en llegar a mi auto con su anuncio. Al principio, cuando nos encontramos por primera vez y me preguntó, me sentí incómodo. Pensé que el resto de los conductores estarían observando mi respuesta. En realidad, la sensación era un poco estúpida, a nadie le importaba lo que le dijera. Pero también recuerdo que fue la primea vez que le dije que no.

Años después ha creído que el ritual de las mañanas consiste en levantarse-moler café-ducharse-conducir a la oficina para encontrarse en el semáforo con el hombrecillo del bastón. Siempre se ha preguntado si después de tantos años, de tantos no, el hombrecillo lo reconocerá, evitará acercarse al auto y podrá ver sus ojos detrás de los lentes para el sol. No lo sabe. Es la escena de todas las mañanas. En realidad, cree que es más probable que el hombrecillo controle el semáforo para preguntarle todas las mañanas...

1 comentario:

LaClau dijo...

Sólo falta la música de la película....