miércoles, 30 de enero de 2008

El reloj de la mirada. Parte 1

Todo comenzó como cualquier historia. La pesadez de las mañanas hacía que la sorpresa del despertar fuese menos eufórica que la del común de la gente. O bueno, al menos eso era lo que él creía. Tenía la impresión que la ley de la gravedad atentaba en contra suya. Que su caso, de excepción, no era otra cosa más que la confirmación de la existencia de la tal gravedad que aplicaba a los demás, con monotonía, con vulgaridad.
¿9.81 metros sobre segundo al cuadrado? Quién podría creer que en verdad esa fuera la fuerza de atracción de la tierra sobre un cuerpo. Para él no. Para él la horizontalidad de la cama y el enorme esfuerzo que requería la incorporación matutina le hacía pensar que cargaba un elefante o dos. O más bien como en la rima infantil, en la que un gordo elefante gandalla, siempre va a llamar más gordos elefantes igualmente gandallas para aplastar lo que estuviera debajo de sus más gordos traseros. ¿9.81 metros sobre segundo al cuadrado? Por supuesto que no, al menos el doble era lo correcto para él.
Sonaba el teléfono y una descarga repentina le alcanzaba. No era el sonido del teléfono lo que lo avivaba, lo que le hacía salir de la vigilia, era lo que pasaba después. Era saber que ella estaba al otro lado, que una vocecilla normalmente dulce cambiaba su tono para hacerse aún más dulce, más abrazadora, más cómplice de la mañana.
Su voz disipaba a los gordos elefantes complotistas que cargaba con la pesadez de su ensoñación.
- ¡¡Te quiero cosa!!
¿Cómo podía ser tan dulce tan temprano? ¿Qué desayunaba que la hacía tan vivaracha y energizada? Seguro que ella si se comía todas las verduras que le recomendaba la dieta materna desde su más corta edad...No, no. A lo mejor era el yoga. No, a lo mejor ella era insomne. Mis antípodas con insomnio.
- ¡Mta! si yo me hubiera comido el brócoli, a lo mejor, a lo mejor despertaría con ganas de despertar. Ja, ja. Por dios no. Las mañanas tienen un efecto raro en mí. El brócoli en ninguna de sus presentaciones es algo que debiera comerse más que en penitencia...
- ¡Cosa te quiero! ¿Estás ahí o ya te quedaste dormido otra vez? ¡¡Cosa, cosa, cosa!!
- Aquí amor. Es que me quedé pensando debajo del edredón...
- Y yo sólo te quiero decir que te amo y que tenías razón
- ¿Que yo tenía razón? (Qué, acaso dije algo mientras dormitaba. Acaso hablé dormido y dije algo que pudo sonar convincente y que normalmente no hubiera dicho)
- Sí amor, tienes razón. Lo estuve pensando. Y disculpa que te lo diga pero si vas a estar repitiendo cada palabra que yo pronuncie nos vamos a tardar más y vas a llegar tarde a tu clase.
- Si. ¿En qué tenía razón amor?
- En lo que hablábamos anoche.
La noche anterior ella y él discutían, no, no discutían porque nunca lo hacían. Platicaban, sí eso es más preciso, platicaban acerca del amor y del tiempo. De cómo el amor puede ser sincronía y cómo el tiempo se puede ver afectado por sus interlocutores. Así eran ellos, tan iguales y tan diferentes, tan desigualmente sincrónicos, tan complementariamente extraños. El vino y las ganas de verla siempre, de besarla siempre, de abrazarla siempre, de hacer el amor con ella siempre, en fin, de amarla; hacía que él siempre cayera en sus trampas y acabaran hablando de ellos en los supuestos más extraños como el amor y el tiempo.
- ¿Y yo tenía razón? No es capcioso lo que dices ¿verdad? Porque apenas si puedo abrir los ojos y en este instante voy con lentitud por el mundo.
- No amor. Tenías razón. El tiempo y el amor no se ven se sienten y son construcciones que hacen apasionable la vida. Hacen que un instante en una vida finita pueda ser infinito. Hacen que el tiempo desaparezca y todo con ello cuando la pasión te alcanza...
En realidad nunca tuvo el proposito de construir una definición. De hecho, ni siquiera se había dado cuenta que lo había hecho en algún momento de la noche mientras platicaban abrazados en la cama. Y curiosamente era allí dónde tenían sus más locas ocurrencias y pasiones, como la de hablar acerca del amor y del tiempo. Él sólo pensaba que el tiempo sin besarla era inexplicablemente infinito y reencontrarla era tan efímero.
- Sólo te quería escuchar, despertarte porque te conozco y decirte que te amo. Que creo que tienes razón. Y que más te vale que te levantes porque ya es tarde. Ten un lindo día. Un beso amor.
Colgó el teléfono y se quedó pensando. La lentitud y la rapidez, el amor y su extinción, el dolor y la alegría, la vida y la no-vida. Sólo con ella. Sólo con ella podía decir y escuchar esas cosas. No sabía cómo habían llegado a estar juntos, pero lo estaban. Más bien ella tenía la razón. Hay cosas que sólo se sienten y que, bueno, no tienen claro el propósito. ¿O todo debe tenerlo? Cómo saberlo.
Después de la llamada siempre despertaba. Y siempre le quedaba la sensación de necesitar más tiempo con ella. ¿A qué hora se había ido anoche? No lo sabía. ¿O fue en la mañana?
El duchazo de agua caliente le devolvía lentamente el sentido de los sinsentidos. Siempre era mejor salir a la calle a una hora prudente. Y es que claro, el tiempo también puede ser impertinente. Una taza de café en la tradicional barra que estaba en la esquina de su casa y de la que formaba parte intemporalmente, era una fracción del recorrido que le daba tiempo para irse acoplando, con parsimonia, al mundo que a veces giraba más rápidamente o a veces con una gran lentitud.
En la terraza del pequeño café del que era asiduo y en el que acostumbraba un pequeño cortado doble antes de ir a su clase, se daba tiempo para pensar y reencontrar su lugar en el mundo. Como si cada noche se desprendíese de él y tuviera que volver a negociar cada mañana el papel que podría interpretar, las preguntas que podría preguntar, las historias que podría imaginar y se descubrió con una sonrisa al pensar cómo había conocido tiempo atrás a la mujer de las llamadas que lo devolvían al mundo por las mañanas.
Al recordarla el tiempo se detenía. Se acordaba que después haber participado en un seminario, en el que al final de cuentas se trataba el tiempo, creyó haberla visto entre los asistentes pero no estaba seguro. Fue después, mucho después, cerca de su cumpleaños que la volvió a ver y entonces tuvo la certeza de reconocer su rostro. De recordar una mirada profunda. Esas miradas que todo lo derrumban y que todo lo preguntan. De las miradas que tienen prisa. De esas miradas peligrosas que sin avisar sólo anuncian su llegada deteniendo el tiempo, midiendo el tiempo con cada pestañeo en un incesante andar y parar, andar y parar, andar y parar. Como si el tiempo le perteneciera a sus ojos y lo pudieran anticipar. Nunca antes y nunca después, sus ojos medían el tiempo con delicadeza, con exactitud.
A través de sus ojos pudo descubrir la belleza del tiempo y, sin darse cuenta, renunciar a su creencia más sagrada sólo por escucharla. Que al que madruga dios lo arruga. Sus ojos decían que era cierto...
- Mmm! El tiempo apremia...se me hizo tarde.
Pagó el café a toda prisa y partió a su clase. Ella se lo había dicho, un instante podía ser infinito.
Ella tenía la razón y creo que la noche anterior la que lo dijo fue ella. Ahora que desperté totalmente recuerdo que durante la noche, mientras charlábamos, yo sólo estaba atento a sentir cómo medía el tiempo con su mirada. Yo sólo estaba al pendiente del momento en el que tendría que reinventarme al despertar. Pero intuía que ella estaría allí ... con el reloj de su mirada.

4 comentarios:

LaClau dijo...

Escribes muy bien querido R, esta faceta poético-literaria es un gran descubrimiento (claro, para los que no la conocíamos del todo).
Si comieras más brócoli, berenjenas y bebieses vino orgánico indudablemente tendrías otra actitud.
Jaja, buon giorno.

El R dijo...

Lo sabía, los desvelos y el apagón están afectando tu juicio mi querida Laclau. Lo cual en sí mismo es un descubrimiento, desde luego yo tenía mis serias sospechas desde que la vida nos convirtió en cuates. Eso nunca pudo ser un gesto de buen juicio de tu parte.

Acerca del brócoli, ni qué decir. Yo como La Pasionaria sólo dijo: "De la frontera...no pasarán". Todos sabemos que los tigres de felpa somos necios y nos encanta la pachanga.

De mi actitud, por lo demás inconfesable, creo que se me despreocupó al comer una berenjena fumigada. Debo dejar lo mediterráneo. Me cambiaré a otro barrio...en una de esas hasta acabamos vecinos o comiendo kosher.

Si efectivamente somos lo que comemos -como dicen por ahí-, ¿qué pero le pones a las galletas de chocolate y a las de animalitos?

En reciprocidad por lo que escribiste, espero que tu día sea lo que te mereces.

Con amor, yop

mArXelLa dijo...

Que cosita tan linda has escrito!...en realidad envidio esa opción tuya de despertar más tarde de las 6:00 am..defifinitivo "al que madruga...le salen arrugas" veme namas. Ahora que has hablado del infinito, pus me atrevo a citar a Buzz L. "al infinito y más allá"... y por que no, hasta con la mirada!

El R dijo...

Mi querida Marx-G-la. Gracias. En realidad nada que envidiar, cuando tu tiempo lo rige la noche (como en el caso del personaje), te das cuenta que no hay ventanilla de trámites que esté disponible para tí cuando ya estás despierto. Ni modo.

Acerca de Buzz, coincido y corrigo "Al infinito y más allá... con lo que se pueda".

Mientras un beso, lento, lento...lento