lunes, 21 de enero de 2008

Del amor, las bolsas y otras minucias urbanas

Cuando tomó la llamada telefónica. Se quedó sin habla. El tiempo lo golpeaba como siempre, porque siempre llegaba tarde al recuerdo.

- ¿Estás ahí? ¡Bueno!

Hubiera querido imitar la grabación de su mensaje en el buzón telefónico: "...en este momento no puedo tomar la llamada, pero en cuánto pueda me comunicaré..." Lástima. El tiempo, que para entonces era una fracción infinita, le parecía transcurrir a una gran velocidad. Algo tenía que decir, ¿pero qué?


La noticia del día era el desplome de las bolsas de valores y sólo eso rondaba en su cabeza. Lo único que podía hacer era recordar. No es que tuviera un conocimiento formal sobre las finanzas. En realidad, no. Era su propia experiencia la que le decía que eso no sonaba nada bien. Su mirada al vacío y su silencio lo transportaron varios años atrás.

La noche era fría, pero en realidad no había nada que la vieja cantina "Las Dos Naciones" del centro de la Ciudad de México (otra ciudad, no la de los segundos pisos, sino la de los segundos planos, la de los segundos idos), no pudiése curar. ¿Era cumpleaños de quién, el tuyo? No me acuerdo, pero aquella misma noche era la noche en la que nos enteramos por la boca de Toño que oficialmente estabamos en crisis. Las bolsas de valores del mundo se cayeron y con ellas, las nuestras.

En la casa de Ulloa lo planeamos todo. Juventud y Crisis. En verdad no entiendo cómo o por qué Ulloa, entonces un talentoso editor, nos tenía paciencia. O nosotros parecíamos transmitir lo que nostros creíamos de nosotros mismos entonces (y, claro, la gente se lo creía); o se habría enamorado de alguna compañera, porque claro, entonces todos éramos compañeros.

Un espacio semanal. Un día Toño, un día el Oso, otro el Centella y así cada uno de los que estábamos juntos por alguna razón. Claro, reconozcamos (como tendremos que hacerlo) que algunos, o más bien todos, estábamos convencidos que nuestro principal pegamento emocional y tribal, pero no el único, era la concupiscencia. Al igual que en la militancia.

Por la noche, al salir de la casa de Ulloa, quien acordó abrirnos el espacio del períodico más importante del país para editar una sección semanal. El frío era frío, en verdad. Nos subimos a la carcacha descapotable del Rotoplás porque teníamos una reunión en el partido que recién se formaba como una gran alianza.

La voz adusta de quién años después sería Senador señaló la tardanza.

- ¡Jóvenes, nuevamente tarde! La democracia tiene prisa.

Siempre hablando para la historia. Siempre escribiendo y pensando en las frases que alguien recopilaría en varios volúmenes porque lo suyo, lo verdaderamente suyo era el discurso y la tribuna.

- Miren jóvenes. La cosa es simple. El país está en crisis y esta es una oportunidad para hacer crecer nuestra presencia entre los sectores más desprotegidos. Hay que viajar a Michoacán para apoyar en lo necesario la gira de nuestro candidato através de los comités de jóvenes.
Nos preguntó. ¿Qué paso con su sección editorial?

- Ya la autorizaron licenciado. Respondió Toño con cara de vocero oficial.

-Pues hay que emplear los espacios para señalar, para denunciar, para informar...

- No estoy de acuerdo. Dije con mucha seriedad. El proyecto no es partidista porque no todos los que escribirán tienen que ver con...

No pude acabar con mi rollo. Se levantó y dijo_

- Esto lo discutiremos en mi casa. Los espero en San Jerónimo en dos horas.

En el trayecto a la casa en San Jerónimo, el Safarí del Rotroplás parecía la sala de juicios de Torquemada. La noche era fría, pero yo tenía calor.

- ¡Chale! Los compromisos se deben cumplir. Me decía Toño. ¿Por qué le dijiste que no estabas de acuerdo con publicar algunos artículos que nos sirvieran?

- Pues porque no estoy de acuerdo. Porque no estoy convencido que esa la forma de hacerlo. A Ulloa le dijimos que el perfil editorial no sería partidista.

- Si no te parece la idea, no escribas nada.

Fue cuando Isabel, que iba sentada junto a mí, puso su mano en mi pierna y me pidió callar con un leve movimiento de su cabeza.

El resto de recorrido hasta San Jerónimo, todos hablaban de cualquier cosa para distensar el ambiente, pero no se dirigían a mí. Sólo Isabel me miraba y era la referencia de que yo existía en ese vacío. Desde que Toño se enloqueció, ella nunca quitó su mano de mi pierna.

Al llegar a la casa, nos bajamos y tomé su mano. No hubo mucho qué decir. Entraron todos, menos nosotros. Retiré con la mano una parte de su rubio cabello que caía en la cara, me dijo: estás lejos y, después, sólo rocé sus labios. Me besó.

- Yo tampoco estoy de acuerdo, pero es el único espacio que tendremos para escribir. No discutas demasiado, acordemos entrarle y cuando nos toque hacer un artículo mandémosle a Ulloa lo que nosotros querramos.

En verdad la sensación de una complicidad es inigualable, si sí, es un choque de adrenalina. Es como tener el espíritu de un animal diferente.

En el interior de la suntuosa casa había de todo. Mientras algunos atendían la sesión de doctrina política. Otros nos ocupábamos de minucias mundanas. Yo abría la boca mirando la colección de arte contemporáneo y bebiendo una montilla. El Centella, saqueaba algunas botellas de la cava, en una especie de reivindicación social que después compartiría mientras tocaba su desvencijado piano.

Con el tiempo, muchas de las cosas y de los rostros se olvidan. Se borran y son reacomodados, reorganizados. En realidad no lograba recordar muchos más de aquella noche, pero lo importante es que aquella noche no se le olvidaría. Algo había cambiado aquella noche, suponía que algún quiebre habría ocurrido, no sabía si era que por primera vez aquella noche había abandonado la tribu al menos por un momento y se había enfrentado; no sabía si había sido aquel candoroso beso; no sabía si habían sido los cuadros de Tamayo, la montilla que había bebido o qué. Pero aquella noche se le había grabado en la mente y emergía varios años después con la voz del recuerdo al otro lado del teléfono.

Durante los días subsecuentes, la vida (hasta dónde es posible recordar sin que se vuelva un cuadro cubísta) continuó a la sombra de la generosa e irresponsable arrogancia de la adolescencia. Organizamos las reuniones editoriales de nuestro nuevo espacio y ella estaba ahí. No recuerda si decía algo o nada. Pero ella estaba ahí, siempre a su lado a la hora de discutir, no argumentando, sólo la recuerda sentada a un lado. Honrando un pacto de complicidad que no requería palabras, sabiendo lo que el otro pensaba, adivinando el juego y el movimiento de las piezas en el tablero del ajedrez.

Escribieron. Sí, sin duda. Lo hicieron durante mucho tiempo. Lapso durante el cual permanecieron juntos y se hicieron uno. Fue aquella la época en la que tuvo que abandonar la universidad por la crisis financiera del país y en la que también le entregó el corazón sin pensarlo a su cómplice. En realidad el orden era al revés, primero le entregó el corazón en una cajita que tenía grabado un cometa. Después el desempleo ocasionado por la crisis lo hizo dejar todo.
Dos años después de la primera gran crisis de la bolsa de valores, qué para colmo de males lo había agarrado sin ninguna acción, porque entonces ser prángana no era una condición sino un estilo de vida que después copiarían los modelos de Calvin Klein; en la que habían escrito varios artículos juntos, ella desapareció.

Había decidido dar cobertura periodística en el sureste del país a la emergencia de un movimiento insurgente y no supo más. Buscar, buscar, buscar. Lo único que recordaba con claridad de aquella dolorosa ausencia era que los encabezados de los diarios de la Ciudad decían "Lunes negro de la bolsa".

Para él, era claro que su vida estaba ligada indisolublemente a los altibajos de la bolsa. Perdió siempre a sus más grandes afectos. Primero, a sus amigos. Después, su futuro. Y con ellos la esperanza de volver a encontrarla.

- Bueno. ¡Responde! No sabía si este seguiría siendo tu teléfono...soy Isabel

No supo qué decir y colgó. Las bolsas del mundo nuevamente habían caído. La tristeza lo invadió. No sabía ya qué esperar.

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