miércoles, 2 de abril de 2008

Un viaje en el estribo

Como todo el mundo, a él le gustaba buscar entre los recuerdos. Sí, mira. Es cómo cuando te decides a hacer la limpieza de tu estudio, el cuarto de los trebejos, tu habitación o cualquiera de esas áreas de casa en las que habitan recuerdos, fotografías, documentos empolvados, en fin cosas que uno cree que han perdido utilidad y sentido de contemporaneidad. Por más aplicado y eficiente que uno se proponga el día, al tomar entre las manos esos montones de historias, propias o ajenas, uno siempre queda atado al polvo, a la remembranza, a la refundación de los hechos y, a veces, por qué no, al arrepentimiento.

Pues sí, a él le gustaba revisar. Le gustaba regresar de vez en cuando en las historias como buscando mejores formas de adaptarse al mundo. No pocas veces se confesaba a sí mismo que limpiar y dejar atrás las cosas que en algún momento le fueron vitales a veces le hacían perder un poco el tiempo, aunque secretamente disfrutaba sus reencuentros. No, definitivamente no buscaba por nostálgico y, aunque le gustaba, no era un macabro propósito premeditado por prolijo. La búsqueda y la lectura de los recuerdos ocurrían aleatoriamente, siempre detonadas por un aroma, un color, un sonido, un sabor. En fin, una circunstancia cualquiera.

Al conducir su automóvil aquella tarde por el extenso campus central universitario se detuvo en una encrucijada. Aunque tenía varias cosas que hacer, el tiempo parecía estar de su lado. ¿Dirigirse a la izquierda o a la derecha? La vía en la que circulaba era poco transitada, de modo que tuvo tiempo suficiente para pensar en cuál de las dos direcciones conducir. Ambas podrían llevarle, con diferencias paisajísticas notables, al lugar al que deseaba dirigirse. Sin embargo, el golpe sobrevino. Sin poder remediarlo, los recuerdos se incrustaron en su mirada y la calle desierta en la que tendría que circular, en cualquier sentido, se convirtió en la parodia de su propio sentimiento de soledad sin ella. Sin esa silueta que a veces cobraba rostro y a veces se desdibujaba. Que a veces lo abrazaba y cobijaba. Pero otras, simplemente no y sólo se esfumaba como una sombra con la luz.

Finalmente optó por virar a la izquierda. Claro, nunca fue un propósito ideológico aunque conocía la literatura. Era sólo que virar a la derecha era demasiado fácil, era el mismo sentido de la circulación vehicular y el de las manecillas del reloj. Al ponerse en movimiento el auto, como queriendo bajar del mismo aquellos intempestivos recuerdos al tomarlos por sorpresa, se dio cuenta que lo siguieron acompañando.

Al continuar con su camino se vio enfrascado en una vorágine de recuerdos que se agolparon ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Cómo se había convertido en lo que la gente creía? ¿Cómo había logrado sobrevivir a las frustradas clases de natación, a las diabólicas sesiones de conducción automotriz, a la pérdida de los amigos, a los abandonos, a los adolescentes juegos de adulto, a las acciones generosas, a las irrenunciables mezquindades, a sus propias creencias y convicciones, a las traiciones propias y de terceros, a las agobiantes clases extraordinarias de álgebra, a la fe de los demás? ¿Cómo?

Durante el trayecto a casa, mientras conducía, se dibujaba una lánguida sonrisa en su cara. No era que el cinismo lo poseyera. No. Sonreía al pensar que el camino de recuerdos que había recorrido podría ser suficiente para que se autoflagelara con el volante del auto, pero la sola imagen de un conductor golpeando su cabeza contra el auto en pleno calor tropical le parecía una caricatura dolorosa. ¿O a cuántos hemos visto que lo hagan sólo por recordar?

Minutos después de haber iniciado el recorrido, finalmente arribó. Los recuerdos lo siguieron hasta que escuchó su nombre en una voz familiar. El encantamiento de las evocaciones se rompía así, por suerte, para regresar al mundo. Para dejar de viajar al borde de un precipicio con un pie en el estribo, atisbando el desfiladero que lo esperaba pero en el que se negaba a caer.

Al cerrar el auto se preguntaba ¿cuántas oportunidades más le daría la vida para volver a empezar y cambiar los recuerdos por nuevas esperanzas? ¿Cuántas veces más tendría que andar en el filo de la navaja con un pie en el estribo? No lo sabía. Pero en ese momento sus únicas certezas fueron que tenía sed y que deseaba besar a la mujer de sus nuevos recuerdos.