miércoles, 2 de abril de 2008

Un viaje en el estribo

Como todo el mundo, a él le gustaba buscar entre los recuerdos. Sí, mira. Es cómo cuando te decides a hacer la limpieza de tu estudio, el cuarto de los trebejos, tu habitación o cualquiera de esas áreas de casa en las que habitan recuerdos, fotografías, documentos empolvados, en fin cosas que uno cree que han perdido utilidad y sentido de contemporaneidad. Por más aplicado y eficiente que uno se proponga el día, al tomar entre las manos esos montones de historias, propias o ajenas, uno siempre queda atado al polvo, a la remembranza, a la refundación de los hechos y, a veces, por qué no, al arrepentimiento.

Pues sí, a él le gustaba revisar. Le gustaba regresar de vez en cuando en las historias como buscando mejores formas de adaptarse al mundo. No pocas veces se confesaba a sí mismo que limpiar y dejar atrás las cosas que en algún momento le fueron vitales a veces le hacían perder un poco el tiempo, aunque secretamente disfrutaba sus reencuentros. No, definitivamente no buscaba por nostálgico y, aunque le gustaba, no era un macabro propósito premeditado por prolijo. La búsqueda y la lectura de los recuerdos ocurrían aleatoriamente, siempre detonadas por un aroma, un color, un sonido, un sabor. En fin, una circunstancia cualquiera.

Al conducir su automóvil aquella tarde por el extenso campus central universitario se detuvo en una encrucijada. Aunque tenía varias cosas que hacer, el tiempo parecía estar de su lado. ¿Dirigirse a la izquierda o a la derecha? La vía en la que circulaba era poco transitada, de modo que tuvo tiempo suficiente para pensar en cuál de las dos direcciones conducir. Ambas podrían llevarle, con diferencias paisajísticas notables, al lugar al que deseaba dirigirse. Sin embargo, el golpe sobrevino. Sin poder remediarlo, los recuerdos se incrustaron en su mirada y la calle desierta en la que tendría que circular, en cualquier sentido, se convirtió en la parodia de su propio sentimiento de soledad sin ella. Sin esa silueta que a veces cobraba rostro y a veces se desdibujaba. Que a veces lo abrazaba y cobijaba. Pero otras, simplemente no y sólo se esfumaba como una sombra con la luz.

Finalmente optó por virar a la izquierda. Claro, nunca fue un propósito ideológico aunque conocía la literatura. Era sólo que virar a la derecha era demasiado fácil, era el mismo sentido de la circulación vehicular y el de las manecillas del reloj. Al ponerse en movimiento el auto, como queriendo bajar del mismo aquellos intempestivos recuerdos al tomarlos por sorpresa, se dio cuenta que lo siguieron acompañando.

Al continuar con su camino se vio enfrascado en una vorágine de recuerdos que se agolparon ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Cómo se había convertido en lo que la gente creía? ¿Cómo había logrado sobrevivir a las frustradas clases de natación, a las diabólicas sesiones de conducción automotriz, a la pérdida de los amigos, a los abandonos, a los adolescentes juegos de adulto, a las acciones generosas, a las irrenunciables mezquindades, a sus propias creencias y convicciones, a las traiciones propias y de terceros, a las agobiantes clases extraordinarias de álgebra, a la fe de los demás? ¿Cómo?

Durante el trayecto a casa, mientras conducía, se dibujaba una lánguida sonrisa en su cara. No era que el cinismo lo poseyera. No. Sonreía al pensar que el camino de recuerdos que había recorrido podría ser suficiente para que se autoflagelara con el volante del auto, pero la sola imagen de un conductor golpeando su cabeza contra el auto en pleno calor tropical le parecía una caricatura dolorosa. ¿O a cuántos hemos visto que lo hagan sólo por recordar?

Minutos después de haber iniciado el recorrido, finalmente arribó. Los recuerdos lo siguieron hasta que escuchó su nombre en una voz familiar. El encantamiento de las evocaciones se rompía así, por suerte, para regresar al mundo. Para dejar de viajar al borde de un precipicio con un pie en el estribo, atisbando el desfiladero que lo esperaba pero en el que se negaba a caer.

Al cerrar el auto se preguntaba ¿cuántas oportunidades más le daría la vida para volver a empezar y cambiar los recuerdos por nuevas esperanzas? ¿Cuántas veces más tendría que andar en el filo de la navaja con un pie en el estribo? No lo sabía. Pero en ese momento sus únicas certezas fueron que tenía sed y que deseaba besar a la mujer de sus nuevos recuerdos.

lunes, 31 de marzo de 2008

El peso del recuerdo

Cuántas veces tendría que repetírselo a sí mismo. No lo sabía. Sin embargo, la voz desde adentro le decía que estaba equivocado por centésima ocasión, que no siempre lo que se ve es lo que es. Que a veces lo que se ve es sólo una extraña representación de uno de los tantos mundos que pueden existir y que de hecho existen, aunque sólo los podamos sentir.

Aquella tarde se sentía bien. Ya sabes. Es uno de esos momentos de paz y sosiego que a veces te regala la vida en el que nada te disturba, nada te duele, nada te preocupa y uno se pregunta si por fin se ha encontrado ese remanso que uno cree haber ganado después de tanto andar el camino, de tanto besar y después recoger los besos, de tanto creer y después desdibujarse. Quién sabe si merecidamente, pero eso con la ansiedad no importa, el caso es que era una de esas esporádicas tardes.

Al llegar a la plaza colindante con el viejo edificio de apartamentos en el que vivía, estacionó el auto y descendió para comprar unos cigarrillos y beber una cerveza en el bar de siempre, había tiempo antes de llegar a casa. Hoy se había desocupado antes y su soledad le aconsejaba gastar un poco de ese tiempo en mezclarse con la gente, hablar de nada, antes que se le olvidara cómo hacerlo.

En la vieja barra del bar, sintió su presencia inminente. Su aroma dulce, indudablemente dulce, empalagosamente dulce. Por fin su deseo de encontrarla de nuevo se cumplía, lo sabía. Ella abrazo su cintura por la espalda, beso su cuello. Él vio reflejada la imagen de ambos en el espejo del bar; juntos, como a veces ocurría cuando ella prometía nunca dejarlo.

Bajó el tarro de la cerveza, miró el espejo y antes de girar para poder besarla una voz dentro de sí le decía que no volteara, que no todo lo que se ve está. Pero su recuerdo era más fuerte. Intentó besarla y se desplomó. Por centésima ocasión se derrumbaba ante lo que suponía pero se resistía a creer, que hay promesas que la muerte impide cumplir.

miércoles, 19 de marzo de 2008

La inmortalidad del cangrejo

Cuando Claudia llegó para ayudar en lo que pudo, ya era demasiado tarde. A veces le pasaba así. No es que no tuviera voluntad o ganas por hacer las cosas, es que sólo se atrasaba. Pero lo que se llama ganas por ayudar al prójimo, lo que se dice ganas, pues siempre las tenía. En cuanto comité, organización o iniciativa colectiva existía o se fundara, ella siempre estaba presente.

Aquella noche comenzó como cualquiera otra. Sí. Coincidamos en el hecho que las historias que nunca se olvidan siempre aparecen de súbito. Las prefabricadas, las que se urden con estulticia, en el mejor de los casos sólo nos abochornan.

Varias veces habíamos caminado por esa misma calle, tan señorial y con tanta historia, en realidad nunca supo el nombre, pero de seguro que tenía nombre de héroe nacional ¿De qué otra forma se podría llamar una calle con adoquines y luminarias de hierro del siglo XIX? Después de esperarla para que bajara de su automóvil con toda la parsimonia que la caracterizaba, como si hubiese llegado a tiempo, le pedimos que nos diera la bolsa con las pinturas para poder terminar con las leyendas que adornarían algunas de las paredes de la ciudad a propósito de la asfixia en la que creíamos vivir. Y no es que fuera una sensación solamente, no. Eran días de tormenta y relámpago, días de una prolongada tristeza que nos embalsamaba y nos hacía reír casi nunca.

Los cinco que tendrían que participar en aquella protesta urbana – clandestina por la noche, incluyendo a Claudia, sabían, o más bien creían saber, que lo que estaban a punto de hacer ponía en tensión la soga, que los acercaba a un pequeño precipicio si los atrapaban. Pero entonces, y parece que aún ahora, creían que valía la pena. Que callar y aceptar las cosas sin decir algo, nunca pudo parecer digno, nunca pudo parecer amoroso.

Y así fue. Los rondines policiales estaban perfectamente cronometrados para poder trazar algunas leyendas y tener tiempo suficiente para escapar sin ningún problema con los gendarmes. Ninguno había pensado en eso mientras se distribuían las latas de aerosol. La adrenalina al tope, los corazones se escuchaban latir por las paredes de aquella calle de la Ciudad de México. Claudia se había retrasado, pero finalmente había llegado.

Así comenzaron una noche a escribir juntos. No era papel, eran paredes. No eran historias, eran ellos mismos. De aquella noche memorable, cuatro enajenados alcanzaron a escribir en diferentes muros:

“Al pueblo de México. El Presidente no es mi hijo, me apena. Atentamente. La gran puta”
“Se vende país entero o por partes…interesados comunicarse al congreso”
“Yo pisaré las calles nuevamente…sin pedir permiso y abrazado a su cintura”
“Mi unicornio azul en verdad no se perdió…fue deportado al Usumacinta”
“Sotana o condón: revolución”


Pero Claudia, la enorme Claudia, la recordada Claudia, la cosmopolita Claudia, la independiente Claudia, ella usó una pared para escribir:

“Morir, sólo se permite por amor”

Cuando lo leímos, no entendimos entonces. Antonio alcanzó a decir “o por atropellamiento”, antes que las sirenas de las patrullas nos alcanzaran. En el intento por huir, ella se quedó aterrada y paralizada. La sola imagen de Teresa, su mamá, y de las Hermanas del Perpetuo Socorro, que dirigían la escuela evidentemente confesional a la que asistía, le impidieron huir.

La policía nos detuvo porque ella no pudo correr, aún ahora no lo hace. Ella siempre creyó que a algunos nos habían atrapado aquella noche por solidaridad con ella. En realidad, a los que leímos su consigna callejera nos atraparon porque comenzamos a creer esa noche que ella tenía razón y no pudimos dejar de mirar la pared que garabateó. Cuando llegamos a la prefectura de policía acusados de “sedición social” pidieron los documentos de identidad y se llenaron los expedientes. Los cinco, parados contra un muro en el que nos tomaban fotografías, tuvimos que responder varias preguntas. Al llegar el turno de ella, que mantenía la mirada perdida en algún lugar, y preguntársele la ocupación; Claudia, con una aterradora voz ausente que combinaba con su mirada, sólo dijo: “Aprendiz de cangrejo inmortal”.

Nadie rió cuando lo dijo aquella noche. Su inusual palidez nos lo impidió. Su voz había cambiado.

Varios meses después, cuando fueron liberados y según el juez readaptados, regresaron a aquella misma calle y pusieron una plaquita de metal en la pared en la que ella había escrito aquella leyenda que los acompañaría por siempre. La placa decía:

“Aquí unos locos acompañaron una noche a la descubridora de la Inmortalidad del Cangrejo. Que así sea por siempre”.

Nunca volvimos a pasar por allí juntos. Pero hasta dónde sabemos, después de varios años, allí sigue todavía la placa. Y claro, aún existe esa noche de la que no podemos correr.

sábado, 15 de marzo de 2008

La condena de las mariposas

Las mariposas siempre le habían parecido un misterio. Primero orugas, después frágiles hojas voladoras. ¿Cómo es que podían acabar en el interior de la gente? No entendía y lo peor, él creía que nunca lo entendería. La última vez que pensó en ello fue cuando una sombra sólo dijo “ya no siento mariposas contigo”.
¿Por dónde se le podían meter a la gente? ¿Cómo podían vivir allí dentro? ¿Tendría que buscar incesantemente mariposas? ¿Y si las orugas se transformaban en mariposas, era inevitable que éstas se convirtieran en recuerdo y en dolor?
El teléfono móvil sonaba y las mariposas elevaron el vuelo. Él tomó la llamada, sonrío. Le dijo te amo y le pidió a ella inventar un conjuro para que lo liberara de la muerte de las mariposas, de su condena. Que no quería más mariposas, no más mariposas. A lo mejor sólo había que decirlo, a lo mejor sólo había que pedirlo para poder morir junto a ella sin ser oruga, mariposa o quimera.

miércoles, 12 de marzo de 2008

La mesa de las sombras

Uno
Cuando la tarde caía su instinto les convocaba a encontrarse. Ya sabes, es como si a través de una regla oculta, de un código no dicho, uno supiera que ahí estarían los cuatro. Cómo habían llegado a desarrollar ese código, en realidad no lo sabía. Fue sucediendo de la manera en la que ocurren las cosas simples de todos los días que después se vuelven complicadas de explicar.
Al cruzar la plaza para llegar al café que los albergaba como una plaga urbana, la adrenalina se desataba. Intuitivamente sabíamos por separado que algo ocurriría, alguien propondría y amorosamente era una convocatoria para continuar nuestra complicidad.
La mesa del café que daba a la plaza, bajo la sombra de los ancestrales árboles coloniales, aunque posiblemente anteriores a ella, era el escenario de un encuentro que nunca se sabría hacía dónde los conduciría. No es que no supieran hacía dónde querían ir cada uno. Claro que lo sabían. No sabían las aventuras en las que se enfrascarían colectivamente, porque claro, había que poner en tensión la soga. Había que llevar al límite las excusas. Había que descubrir el mundo con los ojos propios y no en la piel ajena. Tenían la certeza que el mundo, los mundos, no eran los que habían aprendido y en los que se sentían tan incómodos.
Fueron tardes como cualquiera, en la que alrededor de esa mesa los cuatro se multiplicaron y pasaron a ser más. Fue la mesa de los debates acerca del amor, la muerte y las inolvidables mujeres.
Fue la mesa en la que sin quererlo, construimos una larga lista de complicidades que supongo que aún nos duelen, ¿o no?

Dos
Sin decirlo, se decidió el lugar para nuestras reuniones consuetudinarias sólo asistiendo al encuentro, después del periplo que nos enfrascó en varios años de una vida azarosa. Bueno, supongo que ese es el peligro de creer en lo que uno piensa, al menos a veces.
Una tarde, después de varias botellas de Tanat Roble, Antonio se levantó para decir que el amor era para las mascotas, para los hombres era la pasión. Recordarlo, siempre fue triste, aunque igualmente tentador.
No sólo la pasión, o la interpretación que de ella hacían, se convertiría en el eje de las complicidades que llevaban a cabo, se volvió un estilo de vida o un estilo de muerte. También la ligereza y la insignificancia en la levedad eran parte de un juego que acabaría por extinguirlos. Con Calvino y Kundera, con Kundera y Calvino, entonces no había otra forma de intentar existir.

Tres
¿Quién te recordará? ¿Quién se acordará de nosotros? ¿Por qué lo harían? Esas preguntas se habían discutido aquella tarde en la mesa del café, antes de decidir viajar al mar. No encontramos entonces una respuesta, ésta llegó sola cuando el auto patinó por la autopista.
El reporte del servicio forense identificó cuatro cuerpos. La causa del accidente fue imputada al conductor. Nunca nos satisfizo el dictamen. Aún hoy, al reunirnos en la mesa de aquel café, discutimos y nos reímos, los cuatro estuvimos de acuerdo…en irnos al mismo tiempo.

martes, 11 de marzo de 2008

Um fado com você

Fue al abrazar tu cintura que todo entendí. Tu piel me anunciaba el frío sin ti. Volteaba, buscaba, andaba, soñaba. Pero no te vi.
Un fado en la orilla del río y un tinto en la noche brumosa, de nuevo me hicieron volver a morir junto a ti.

lunes, 10 de marzo de 2008

El aeropuerto

Siempre le quedaba la idea de la falta de tiempo de su lado cuando llegaba al aeropuerto. En cualquiera, no importaba cuál. Juárez en la Ciudad de México, Ezeiza en Buenos Aires, Barajas en Madrid, Schipoll en Amsterdam, Fiumicino en Roma, De Gaulle en Paris. No importaba cuál. La sensación lo invadía como una sombra que asciende lentamente desde los pies hasta la cabeza, lenta pero inexorablemente. La sensación era breve, era siempre un aroma a despedida. Sí, los aeropuertos son las más de las veces un lugar para despedirse.
A veces despedirse es necesario, él lo sabía bien. Despedirse de lo que uno deja atrás, de lo que uno fue en algún instante, de los recuerdos que uno se lleva y que los demás nunca reclaman. El aeropuerto es así. La gente corre y va siempre de prisa con caras de ansiedad, por el retraso, por las despedidas, por los arribos, por lo que vendrá.
De pequeño le encantaba ir al aeropuerto para ver el despegue de los aviones. Le maravillaba ver a los aeroplanos tomar la pista, adquirir velocidad y de repente levantarse. Ver que se elevaba el poder del ingenio humano por los cielos y llevaba a la gente a tierras lejanas, a nuevas historias, seguramente a grandes aventuras. Él quería estar ahí y volar para ir allá, a dónde fuera que volaran esas máquinas.
Ahora estaba sentado nuevamente en la sala de espera de un aeropuerto. Había crecido, había volado, había aprendido a ir por el mundo en un avión. Había crecido creyendo que los aviones lo transportarían al lugar que le correspondería en la vida, a casa. No tenía la certeza aún de haber encontrado ese lugar. Sin embargo, la voz en los altoparlantes del aeropuerto aquella madrugada le recordaba que sí, que siempre lo había tenido. Que Carroll tenía razón al haber escrito: Home is where the heart is.
De repente, el aeropuerto se volvió un lugar para el viaje de las esperanzas. Sólo eso. Pero para él, era más que suficiente.

miércoles, 27 de febrero de 2008

A ojo de lombriz

Sí, es posible que para un entomólogo la idea no sólo sea descabellada sino hasta estúpida. Sin embargo, reconozcamos que la idea de ser un buscador es atractiva aunque lo pueda llevar a uno al enloquecimiento. Cuando se busca, no hay mejor manera que hacerlo a ojo de lombriz.

De las lombrices sabemos poco. Bueno, podría decir cualquiera, depende del tipo de lombriz. Existen las de lombricultura, las rojas californianas, las europeas me-da-igual-el-tipo, y seguramente otra gran variedad. Pero el hecho, es que buscar a ojo de lombriz puede ser una afición poco considerada con la gente o con uno mismo. Sí, aunque la zoología diga que las lombrices no tienen ojos.

Con la velocidad que sólo regala el haber ejecutado muchas veces el mismo acto, el hombre sentado junto a mí en el autobús urbano sacó de la bolsa interior de su chaqueta el librillo de sus notas que lo clasifica como un earthworm. Aquellas eran el testimonio de una vida dedicada a escudriñar a ojo de lombriz, pero también eran su propio testimonio de haber vivido.
Casi como un equivalente de alguna constante física, al más puro estilo de la velocidad de la luz o la constante de la gravitación universal en sus notas se podían leer preguntas, ninguna respuesta, sólo preguntas. Es curioso que al llegar a las páginas de los por qué, en la primera página para dividir las secciones se encontrara un símbolo:
ħ
Y después había escrito sólo cinco preguntas:

-Por qué todas las mujeres se creen que son gordas.
-Por qué en las bolsas de las mujeres no se encuentra nunca nada cuando se le necesita.
-Por qué las mujeres lavan en la regadera los calzones, las tangas o los boxers.
-Por qué las mujeres son tan modernas y tan conservadoras al mismo tiempo en un contemporáneo cóctel psicotizador (sic).
-Por qué las mujeres duelen.

Las preguntas rondaban en su cabeza y le golpeaban con brutalidad. Eran muy cercanas a su propio…a su propio recorrido de autobús. Se grabó, cómo sólo se puede hacer al copiar en un examen, no sólo las preguntas, pero también el símbolo.

Afortunadamente para la columna vertebral y las compañías aseguradoras los viajes en el sistema de transporte urbano no son infinitos, aunque en el verano pareciera que sí. Tan pronto bajé del autobús busqué a ojo de lombriz el símbolo, hasta por fin hallarlo.

El símbolo era una letra griega Eta modificada, que se usaba para referirse a constantes físicas. Ya sabes, a magnitudes invariables en el tiempo. Pero esta tenía una característica especial estaba atravesada por una línea en la parte superior. De modo que no podía ser la Constante de Planck. La idea de la existencia filosófica de las constantes físicas empezaba a rondar en su cabeza como algo que parecía importante. Si las constantes no lo fuesen, entonces el universo tendría que ser radicalmente diferente y nosotros también, por supuesto.
Al buscar, de la única manera que creía que debería buscarse entre las cosas, encontró que el símbolo Eta modificado que aparecía en el librillo de aquél extraño pasajero, era una representación de la Constante de Dirac y que su implicación tenía que ver con el hecho que las constantes cambian conforme el universo envejece. ¿O sea qué, las preguntas que se hacía aquél hombrecillo y en las que él mismo había comenzado a creer al viajar juntos, tendrían menor importancia conforme envejeciera el universo? A veces buscar a ojo de lombriz puede ser insensato, pero si Dirac tenía razón, entonces en algún universo las mujeres no creerían que son gordas, siempre se encontraría todo lo necesario en cada bolso femenino, los calzones no quedarían colgados en la regadera, los cócteles emocionales serían bebibles y las mujeres no dolerían…nunca.

lunes, 25 de febrero de 2008

Microbiología sorpresiva

No quiero ser injusto. Pero te busqué y te busqué por mucho tiempo. Sin esperar nada, una tarde decidí ir al diccionario: " ...dícese de ácaros de varias patas que chupan la sangre de sus huéspedes..." Mira nada más, fuiste una garrapata y me enteré después. Qué bueno que por fin te encontré. Quién iba a decir dónde lo haría.

viernes, 22 de febrero de 2008

El ritual de la acuarela

A veces me gusta verla, sólo verla.
En la mañana, siempre tiene prisa. Pero siempre hay tiempo para salir al mundo con los colores de la brisa. Se dibuja con delineador los ojos y después acostumbra colorear con sombras mis torpezas.
Ella no me ve. Apenas hay espacio para ella en ese pequeño lienzo que dibuja. Pero me gusta verla, sólo verla. Como si pudiera recargarme sobre su hombro al inventarse todo el tiempo los matices que la acechan.
Ella cree que elige los colores que la cubren de acuerdo con su ropa o su destreza.
Un rosa
Un café
Un azul
Un turquesa
A mí me gusta verla, sólo verla.
La miro y no sé cómo, entiendo que el color que elige siempre está a tono con su risa y mi sorpresa

lunes, 18 de febrero de 2008

La aritmética telefónica

Al llegar al apartamento, obscuro, solitario y silencioso, encendió como siempre la máquina de los mensajes telefónicos.
- "… eres un cabrón, no sólo te acostaste con mi amiga, sino en mi propia cama…"
Borró el mensaje y se quedó pensando que sí, que era un cabrón.
Lástima que ese no fuera su número de teléfono, ahora el destinatario del enojo de esa mujer no sabría por su propia voz que era un cabrón. Y por las lágrimas que dejó en la máquina de mensajes, parece que si lo era.

sábado, 16 de febrero de 2008

Un cigarrillo contigo

Se sentó y encendió un cigarrillo. El humo hacía espirales, subía lento. El recuerdo de ella lo atrapó y sin saber cómo, él también se volvía humo y subía lento. Lento, lento.

viernes, 15 de febrero de 2008

Las visitas de la noche

Antes de besarla y abrazarla como siempre hacía al llegar, escuchó su voz fatigada y profundamente triste decir al teléfono que no podía vivir más con su fantasma porque le dolía. Apenas lo pronunció, él desapareció.

jueves, 14 de febrero de 2008

Un día de tantos, un día de santos.

Siempre tuvo sus dudas, pero con el tiempo lo confirmaba. San Valentín, San Valientín, San Viagrentin, San Braguetín, San Briagotín. Un nombre se convertía en interminables filas en bares, restaurantes y hoteles.
Cualquier pretexto era bueno sin importar su origen. Pero qué devoción a la mediocridad sólo poder celebrar un día.
Con ese nombre, nadie pudo ser santo. Con un sólo día, ninguno aspirar a tanto.

martes, 12 de febrero de 2008

Los monstruos, los fantasmas y tú

Desde siempre le dijeron que los monstruos no existían. Pero entonces qué explicaba que de niño se cubriera la cara con el edredón cuando los escuchaba. Qué explicaba que al crecer los saludara y los cuidara abajo de la cama.
Desde siempre le dijeron que los fantasmas no existían. Pero entonces qué explicaba la sensación de compañía cuando caminaba o leía. Qué explicaba el que los resguardara en el closet para que estuvieran tibios y no lo abandonaran.
Desde siempre le dijeron que el amor no existía. Pero entonces qué explicaba que tus besos los sentía. Dónde pondré tus labios y tu risa ¿abajo de la cama, en el closet o sólo en mi memoria?

domingo, 10 de febrero de 2008

Crónica de muerte, vulgaridad y odio

I
Era normalmente en las noches que lo perseguían las obsesiones. No era que durante el día no lo acecharan pero eran menos visibles a la luz del día. Como los fantasmas, figuraciones translucidas que con la luz diurna no es que desaparecieran sino sólo que no se veían. Así le pasaba a él con frecuencia, eran las noches el escenario propicio para que irrumpieran las cavilaciones, las dudas y las preguntas obscenas de la vida, como la muerte, la vulgaridad o el odio .
Durante esa misma noche había decidido que no convocaría más a los fantasmas que le agobiaban. Ja, ja. Como si hubiese tenido la opción de comandar y decidir el control sobre sus culpas y sus terrores. Pero él lo creía y actuaba como tal.
Pensaba que ocupando su cabeza al revisar la internet podría escapar a sus tribulaciones secretas, las que sólo él conocía, las que guardaba para sí y que explicaban por qué él era como era. Las que hablaban de dónde venía y cuál sería el camino más probable que tomaría para adelante. Pero la sorpresa y la internet se encargaron de derrumbar la certeza de su autocontrol y del dominio sobre sus fantasmas.
Revisando las páginas personales de internet durante el jueves de aquella semana descubría un mundo de fantasmas que le recordaban a los propios. Las frustrantes listas de amantes imaginarios que se han tenido, la página de un cibernético poeta chileno recientemente muerto y extrañado, las fotografías de cuerpos soezmente desnudos, la emergencia de una insurgencia contracultural de género más próxima a la generofobia (sic) que a la emancipación del violento atavismo. Al final de cuentas sus fantasmas resurgían. La muerte, la vulgaridad y el odio...
Durante el día del viernes siguiente a su viaje por internet, mientras conducía su automóvil por aquella congestionada vía del sur de la Ciudad de México, observó que la empresa de servicios funerarios instalada al lado derecho de la calle tenía un embotellamiento en su propio estacionamiento. Razón por la cual el tránsito vehicular se hacía lento en la calle. Casi como si fuera una estrategia de marketing deliberado, en la que se obligaba a que todo peaton o conductor, en resumidas cuentas clientes potenciales, para que voltearan a ver el lugar.
- ¿Qué sucede en esta ciudad? ¿Por qué las funerarias son ostentosamente más concurridas en viernes y sábados que en otros días de la semana? ¿Acaso es la oportunidad para que la gente de las oficinas no regrese a sus trabajos después de derramar un poco de solidaridad con los deudos de alguien? ¿Acaso la muerte se apiada para no interrumpir las jornadas laborales y acontecer en el momento que la gente tiene un poco de tiempo libre?
Su propia experiencia con la muerte de su padre le había obligado a observar neuróticamente las funerarias en fines de semana. Creía haber descubierto una regla empírica de carácter nacional los viernes y los sábados se muere más gente. Y, bueno, morirse en fin de semana en el tercer mundo puede ser un problema burocrático importante. Por eso, una vez que él había hecho consciente su propia muerte, había decidido morirse en domingo. Varias eran las razones para eso, la primera es que el domingo era un día que le resultaba agobiante, un día triste. En un sentido, su decisión era como elegir una corbata con el traje y los zapatos que usaría cualquier día, es decir, un acto de buen gusto, de combinación. Por supuesto, también influía en su decisión el hecho pragmático de encontrar lugar en una funeraria.
Pero la muerte tiene algo de incierta. Una parte de ésta tiene que ver con las tribulaciones de los deudos, los trámites civiles y religiosos según sea el caso. Y otra parte tiene que ver con la memoria y el reconocimiento de una vida, paradójico ¿no? Siempre se pregunta uno ¿quién recordará su nombre después de muerto? ¿quién podrá pronunciar bien su nombre y de corrido? ¿quién podrá derramar una lágrima verdadera? ¿quién lo extrañará y por cuánto tiempo?
Conducir a un costado de la funeraria le recordaba, sin embargo, que existe más de una forma de muerte. Una es la extinción brutal, absoluta y definitiva de la vida. Inexorable e inevitable. Pero otras eran las menos físicas y más emocionales. Las pequeñas muertes cotidianas en las parejas, en los amigos, en los trabajos, en uno mismo. Las despedidas continuas y recurrentes que hacemos siempre de nuestros afectos y nuestros detractores. Y para esas no había un ritual que aminorase la angustia, tampoco un lugar al que se pudieran llevar a los muertos. El tanatorio ocurría dentro de uno mismo y las preguntas aunque paradójicas eran ¿por cuánto tiempo más podrían vivir allí esos muertos? ¿A cuántos más podríamos llevar a cuestas? ¿A cuántos por las mismas causas? ¿A cuántos por nuestra responsabilidad? ¿A cuántos por eutanasia? ¿A cuántos por suicidio? ¿A cuántos por casualidad? Todas dolorosas.
Es la muerte una continua y recurrente advertencia de la vida, que confronta a quienes la tocan, la tientan, la han susurrado. Que lleva a pensar a más de uno que el miedo a la muerte, no es más que el miedo a vivir. Vivir una vida, vivir enamorado, vivir con amigos, vivir solo, vivir con elegancia, vivir cachondamente, vivir con los abrazos, vivir con el prozac.
El desquiciante tráfico urbano del mediodía y cercano al fin de semana, bajo un sol invernalmente tropical, le hacían pensar extrañezas singulares. Las diferentes formas de muerte, que no de causar la muerte, le habían hecho considerar durante su trayecto para encontrarse con su amigo en la cita que mantenían desde varios años antes en la misma cantina; que quizá fuera posible encontrar una forma para medir las diferentes formas de morir. La medición cardinal como una respuesta exosomática para el diagnóstico de las muertes ¿se muere mucho o se muere poquito? Quién sabe, a lo mejor los griegos siempre tuvieron la razón: la gloria y la inmortalidad, los nombres por siempre, estaban reservados sólo a los héroes o a los dioses.
El arribo a la cantina que generosamente tenían como un refugio para la complicidad y los juegos de una adolescencia que coexistía en ellos a pesar que había pasado mucho tiempo antes, detuvo su cínica búsqueda de una medida invariable del dolor, sin importar la despedida ¿quién sufre más el que se queda o el que se va? Era el tiempo de beber una generosa ronda de tequilas y cervezas, de otras preguntas, de otra vida, de otro recuerdo y de una nueva despedida.
II
La llegada a la cantina no estuvo exenta de un recuerdo memorable. Para empezar casi no parecía una cantina, los parroquianos en realidad estaban conformados por personajes perfumados, mujeres hermosas conductoras de televisión, intelectuales prominentes, ciudadanos decentes con sus secretarias y sólo una que otra cínica oveja descarriada con legítima apetencia por un trago, sin afán de publicidad.
A su arribo, un despliegue policial desproporcionado llamada la atención. Mientras su amigo lo recibía con la sonrisa de siempre en los portales de la cantina, tres mesas a la izquierda una mujer, adecuadamente borracha, cantaba con un desafinado trío alguna canción de las que te parten el corazón sólo al alcanzar el nirvana de Gay - Lussac. La policía había sido llamada por los meseros de la cantina debido a que el acompañante de la espóntanea intérprete desconocida quería, tal y como se diría en una cantina, partirle la madre a un mesero.
Previo a su llegada a la cantina, una pareja de parroquianos bebían en una de las mesas de la esquina de la cantina. La abundancia de alcohol mantuvo una relación inversamente proporcional con la inhibición del hombre y la mujer que ocupaban esa mesa. Conforme los tragos pasaron, también comenzaron a transcurrir las circunstancias que habrían de convertirse en la justificación de la presencia de la policía. La mujer, alentada por su acompañante, decidió pasar de sólo beber a tener una versión más proactiva de su propia intoxicación y decidió cantar. Y de cantar pasó a comenzar a encuerarse en plena cantina.
Vale la pena decir que no tengo una idea exacta de qué implica encuerarse cuando el atuendo es microscópico, pero el caso es que ella comenzó a desprenderse de su minúsculo atuendo. Cuando ello ocurrió un mesero se acercó a pedirle que por favor no lo hiciera. El acompañante le dijo que ella tenía derecho a hacer lo que quisiera y corrió al mesero. La aparente tensa normalidad se rompió cuando el mismo mesero regresó a servir a una mesa adyacente a la de la desinhibida pareja y dijo con una voz suficientemente deliberada e indiscreta que la mujer era vulgar. Aquello encendió el ánimo del acompañante masculino para querer golpear al mesero que fue escondido por sus compañeros. Mismos que llamaron a la policía y acusaron al sujeto de marras de portar un arma.
Al llegar la policía, comenzó una averiguación acerca de la existencia del arma y examinar las condiciones del alboroto dentro de la cantina. Mientras tanto, la mujer había decidido de manera autista cantar con el trío. Su chillona voz acompañó la discusión de cantina que mantenían en otra mesa un par de viejos amigos que se reencontraban nuevamente después de mucho tiempo.
Con la certeza de conocer las obsesiones de su amigo recién llegado, Antonio preguntó:
- ¿Cómo has estado viejo? ¿Cuáles son las cosas que has decidido cargar y pensar en todo el tiempo que no nos hemos visto?
- En realidad son las mismas de siempre. Pero he descubierto en la internet, en las páginas personales de mucha gente, la mayoría de ellas mujeres, la metáfora de la reivindicación del cambio en el perfil de la feminidad como un signo de modernidad cosmopolita que me ha llamado la atención.
Antonio sabía, y lo peor, estaba preparado, para escuchar y debatir divertidamente a su interlocutor.
- He descubierto que una parte de la transición en el perfil de la feminidad sin duda tiene que ver con el empoderamiento decisorio y su expresión sexual y erótica, pero también que se omite que esa misma transformación está siendo acompañada por un desplazamiento cultural en la masculinidad.
- ¿En qué sentido?
- Bueno, me parece que el viejo clicé de la vulgaridad y el mal gusto como ámbitos de potestad masculina, también se convierten ahora en parte del mundo de las mujeres. Ningún cambio está exento de vacíos que se llenen, aunque sea involuntariamente. Los cambios y las muertes siempre duelen.
El tequila y la cerveza continuaron fluyendo en su encuentro, las obsesiones se fueron mimetizando con el frío aire de la calle al obscurecer. Afuera, la gente se aprestaba a marcharse a sus casas. Adentro, en la cantina, dos viejos amigos se disponían ahora a discutir el amor y el desamor, el valor creador del amor y el poder destructivo de su versión igualmente colosal...el odio.

jueves, 7 de febrero de 2008

Poemínimo 15

Me gusta cuando callas,
porque puedo escucharte.

La dolorosa confesión del recuerdo

Te lo juro. Ya no llores más, no es que no sepa tu nombre. No lo digo, para atesorarte. No lo digo, para no olvidarte.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Una impúdica verdad de tantas

Siempre tuvo razón. Secretamente ella lo había descubierto antes no sé cómo. Yo pensaba que era insomne por amor. Ella le llamaba cafeína. Después de su partida nunca la volvió a ver, sólo la pudo beber.

martes, 5 de febrero de 2008

La irreparable verdad

Es cierto, reconozcámoslo. El amor causa agruras, no mariposas.

La trampa del tiempo

Siempre había creído que sus excesos eran una manifestación del mundo que habitaba. Como si no dormir por pensarse e inventarse, el beber un buen Tanat Roble y embelesarse con el cuerpo de ella fueran sólo la manifestación de la vida, de su vida, de sus vidas.

Afuera en la calle, el frío le recordaba que el invierno no había pasado aún. Pero estaba bien. Esperarla era parte del tiempo que le gustaba regalarle al acompañarla de regreso a casa . No importaba si estaba en el trabajo o tenía que hacer algún trámite, siempre la acompañaba. Claro, no siempre era una presencia física de esas que cargan el equipaje de la mujer que se ama. No. A veces era sólo una evocación de compañía al recordarla y preguntarse por ella, por el color de los zapatos que traería, por aquello que la habría hecho sonreir sin que estuviera a su lado, por las cosas que habrían llamado su atención y podrían convertirse en sus nuevas obsesiones. Así era ella, era... era como los acordes de los Clash a veces lánguidos, clásicos, reconocibles; pero contemporáneos y agitados. Siempre extraños y al mismo tiempo imprescindibles.

La última racha de viento helado sacudió su cabello y lo obligó a mirar al cielo. Las nubes grises le daban al día un tono generosamente invernal. Encendió un cigarrillo mientras esperaba a que saliera de su micromundo biotecnológico esa mujer que tenía vocación de personaje de Amin Maalouf, aunque sabía que en realidad era su propio y apasionante personaje.

Mientras la esperaba recordaba, no porque olvidara, sino porque siempre quería tener presente; esas preguntas que la hacían fascinante y deseable, que la hacían ser la poseedora de un tash subyugante, que hacía que aun la gente que no la conocía volteara para verla, al conducir su auto, al caminar por la calle. Sonrío al pensar que una vez le preguntó qué era el tiempo para él.

Una bocanada de ese maravilloso y aromático tabaco en medio de un campus universitario gris por las nubes del invierno, le hizo recordar con una sonrisa que después de la pregunta que había lanzado al aire como si fuera una adusta y antediluviana profesora de historia, vendría una reclamación por el retraso que había tenido para encontrarla ese día.

En aquel momento, él no había entendido que no se trataba de una reclamación. Sino sólo de una forma de ser a la que no tardaría demasiado en adaptarse. Varias razones habrían para eso pero la primera, y quizá la más importante, es que sabedora de ser la dueña de un tiempo no común era la mujer más impuntual del mundo. De manera que la pregunta que lanzaba no podía ser otra cosa más que una forma de averiguar sobre sus reflejos. No. No era una prueba. Era mi entrada en su mundo de preguntas y respuestas. De intuiciones y complicidades a las que me sumaba sin decir agua va.

- "No lo sé amor. ¿Acaso una construcción humana que se manifiesta en los ciclos de rotación del planeta?" Dijo con cara de perplejidad a la espera de una retahila de enfadosos comentarios acerca de la impuntualidad.

- "No. No me refiero a la expresión física del tiempo, ni a nuestra capacidad para observarlo directamente. No me refiero a la noche o al día, tampoco a los calendarios maya, azteca, gregoriano o chino. Tampoco me refiero al paso del tiempo por el cuerpo como las arrugas, las canas o la celulitis. Eso tiene que ver con la percepción de su existencia pero no con lo que es"

Cruzaron el campus para llegar al auto mientras los acompañaba la duda del tiempo. En la cena de aquella noche en la que él le cocinó Mejillones al Vino y Salmón con Hierbas Finas, el tema continuaba siendo el tiempo. De aquella noche, recuerda que antes de apagarse las velas que iluminaron la charla durante la cena, se arremangó la camisa, recogió los platos y los llevó a la cocina. Volteó a mirarla con el destello de la luz rojiza de las velas que agonizaban y vió dibujada su silueta en la sombra. De hecho, eran varias sombras al mismo tiempo, como si fueran muchas ellas que preguntaran. Y creyó por fin entenderla.

Así podía ser el tiempo. Podía ser un algo que tenía muchas imágenes y que permitía que una silueta pudiera tener diferentes sombras en muchas paredes en el mismo instante. ¿Cuál era el pasado, cuál el presente y cuál el futuro? O no. Quizá esa no era la forma de decirlo, más bien, si eran posibles muchas sombras también era posible que hubiesen muchos pasados, presentes y futuros. Era como la luz de las velas dibujando su sombra, así era el tiempo para mí con ella.

Aquella noche se quedó a dormir. Lo abrazó, lo besó, lo desnudó e hizo que el tiempo fuera infinito. Él tomó su rostro de incansable viajera por el mundo de las preguntas y de la fé en la ciencia y la besó.

Nunca más después de esa noche el tiempo habría de ser una pregunta que tuvieran que responder. Los dos tenían su propia definición que los hacía cómplices. Ella antes de dormir al acomodarse entre sus brazos dijo...

- "El tiempo, debe ser como la luz de las velas pero circular. Es una dimensión en la que las sombras tienen sentido y se extiende al infinito. En las que existe un reinició permanente pero nunca es igual. El tiempo es el escenario de la vida y de la muerte, es el papel de la partitura, es el lienzo de la pasión"

El frío de la invernal tarde lo regresó de sus recuerdos al patio del Instituto de Biotecnología, no había terminado aún de fumar su cigarrillo cuando se dió cuenta que se preguntaba qué fue primero un hágase la luz aunque sea de las velas o un hágase el tiempo infinito para que la luz de las velas puedan iluminar mientras duran. No lo sabía, pero tenía la intuición que en estricto sentido quien hubiese pronunciado algo así tuvo que haberlo hecho en ese orden, primero el tiempo, después la luz. De no haberlo hecho, la trampa del tiempo sería la obscuridad...Mmm, ya era como ella, se lo preguntaría.

Una mano se deslizó por su espalda y se quedó en su trasero.

- ¿Esperaste mucho amor? Intenté no tardar demasiado...
- No cielo. En realidad, sólo fumé un cigarrillo mientras esperaba y pensaba.
- ¿Ah, sí?
- Sí amor. Oye, ¿quién crees que creó el tiempo?

Con una risa tan ella, se acomodó el abrigo y me dijo al darme un abrazo

- ¿El tuyo y el mío? Mmm. Si, sí, Ese lo creamos los dos al hacernos inseparables en la obscuridad...cuando no hay tiempo.

In memorian

Cuando despertó, los dinosaurios se habían extinguido...y nadie le había avisado.

jueves, 31 de enero de 2008

A pesar de uno mismo...

No siempre fue igual, bueno eso era lo que él podía recordar. Lo malo de hablar con uno mismo es que a veces uno habla, habla y habla, y lo hace también en voz alta. La gente lo mira a uno y ni modo. Hay que poner cara de idiota, sólo para que la gente se sienta segura y no se baje de la banqueta cuando la ansiedad lo alcanza a uno a mitad de la calle. O bien, cuando estás cerca de gente conocida, sólo para que no surja en ellos un sentimiento compasivo que diga "Míralo, pobre. Es que no tiene con quien hablar".

En realidad hablar con uno mismo no parece o no suena del todo extraño. Más bien, cuántas equivocaciones, sinsabores y metidas de pata se ahorraría la gente si pudiera escucharse de vez en cuando. Quizá lo que si pudiera resultar un poquito extraño es discutir con uno mismo.

La primera vez que le pasó, es decir, que se puso a discutir él sólo, fue cuando cruzaba la plaza Hidalgo en Coyoacán justo el día en que le correspondía depositar sus documentos para el trámite del Servicio Militar. Después de un viaje infamante en el transporte público desde su casa, en la periferia de la Ciudad de México, llegó maltrecho y apremiado a la Plaza Hidalgo.

Durante varios días había practicado las excusas que presentaría en el Centro de Reclutamiento del Ejército Mexicano. Con un poco de imaginación había previsto presentar el caso de su exclusión debido a que tenía pie plano. Después de varias semanas, logró que el arco de su pie se pusiera planito, bueno, al menos eso era lo que él creía porque el dolor en los pies no era poca cosa. Lo cual le costó sesiones inagotables de caminatas descalzo. Al cabo que el fin justificaba los medios, y después, ya habría tiempo suficiente para que el ortopedista arreglara lo que tuviera que arreglar. El caso era, en su momento, no hacer el servicio militar.

¿Cómo hacer el servicio militar si ninguno de sus amigos lo había hecho? Aunque en realidad ninguno había sido excusado de hacerlo. Pasaba sólo que eran sorteados y cuando decían su número, al cierre del período de registro, todos habían obtenido una bola blanca en el sorteo.

Con un poco de suerte y en el ejército creerían su historia del pie plano. Esa era la opción que le parecía más verosimil. Durante varios meses ya había considerado otras posibles opciones como ser objetor de conciencia. Aunque esta opción fue rápidamente desechada porque no entendía bien a sus 18 años qué implicaba ser un objetor de conciencia y tenía poco tiempo para resolver su historia. Imaginaba que tendría que ingresar como Hare-Krishna y para el caso hubiera sido lo mismo, tendría que rapar su cabello. Pues nada, también había considerado presentarse respirando con dificultad y teatralizar diciendo que lo suyo era una insuficiencia del corazón, sí ya sabes, como cuando te enamoras, el corazón te late a varios miles por hora y no puedes respirar. Pero también estaba seguro que los exámenes médicos revelarían la verdad, sí a lo mejor su corazón era demasiado pequeño para tanto amor, pero no para dejar de hacer el servicio militar. ¡Qué cosa!

Cruzó la Plaza Hidalgo caminando con un poco de dificultad. El dolor en los pies le recordó que traía puestos lo zapatos.

"Y si por ponerme los zapatos el arco de los pies recuperaba algo de su forma"
"Y si por ponerme los zapatos tengo que hacer el servicio militar"
"Pero qué animal soy, no me los debí poner. Debí estar más atento"

Ya era demasiado tarde. Había dado la vuelta a la izquierda y estaba frente al gimnasio de Coyoacán. Lugar que empleaba el Ejército como centro temporal de reclutamiento para el Servicio Militar.

En la fila de otros como él, unos más altos, otros más bajitos, otros más anchos, había un aire de excitación. Los más con cara de espanto, los menos con cara de ansiedad. Unos estando ahí sin querer estarlo y otros, en realidad no lo sé, pero indescifrables.

El cabello cubría mis ojos y se acomodaba caóticamente por todos lados. Llegó mi turno...

- ¡ Número 18141 ¡
- Sí señor
- ¿Trae completos sus documentos?
- Sí señor. Aquí está la solicitud requisitada, el acta de nacimiento, las fotografías...

El oficial sin rostro que recibía los papeles los inspeccionaba y me veía con ojos de scanner...Pedraza, creo que se apellidaba Pedraza. Y no es broma, pero en verdad parecía una pedraza.

- Aquí dice que tiene usted el pie plano.
- Sí señor
- ¿Sabe usted que eso lo limita para hacer el servicio militar?
- No señor. No lo sabía. Pero como en el forma dice que anotemos cualquier tipo información médica...
- Pase al servicio médico para una revisión...

En esas estaba cuando irrumpió el soliloquio.
"Te lo dije, no te creyó. Vas a pasar al servicio médico y ahora te van a hacer que hagas doble servicio militar"
"No, creo que es algo rutinario. Todos los que marcan una opción médica debe pasar a revisión"
"No. Seguro que no. Vas a entrar a que te hagan el estudio médico y al descubrirte un policía militar te conducirá a los separos para después notificarte que te quedarás ahí durante el año que te corresponde..."

- ¡18141!
- Sí señor
- Quítese la ropa

Yo miraba el gimnasio y me preguntaba si todo eso era cierto. El pasillo era largo y en la fila que entraría al servicio médico sólo había otros cinco que ya comenzaban a encuerarse.

- ¿Me tengo que quitar la ropa aquí señor?
- Ppsi. Así no se pierde tiempo en la enfermería.

Al entrar al improvisado consultorio con la ropa en la mano, tratando de cubrirme, pensé que hubiera sido mejor no haber marcado la opción de pie plano en el formato...

"Te van a descubrir. Ya verás"
"No, no me van a descubrir. Ya cállate"

- ¿18141? Preguntó una voz un poco más afable que la del hombre que recibió mis documentos.
- Sí señor
- Aquí dice que usted tiene el pie plano
- Sí señor
- Eso lo veremos en un momento. Lo he observado y me llama la atención que usted habla solo. ¿Le había pasado eso antes a usted?
- Pues algunas veces
- ¿Desde cuándo?
- Pues no tiene mucho, ¿por qué? ¿es grave?
- En realidad no lo sé. Pero creo que es parte de su teatro para no cumplir con su obligación patriótica.
- No señor. De verdad que si hablo solo de vez en cuando...
- Su cabello es largo, eso me dice que las fotografías que se tomó o tienen un retoque o las tomó hace mucho. Casi creo que no tiene el pie plano y mucho menos que hable solo. Usted lo que no quiere es hacer el Servicio Militar.

Las rodillas me temblaban. El hombre tenía razón, salvo porque en verdad de vez en cuando hablaba solo. Lo demás, sólo sucedió. Todos lo fines de semana tuve que presentarme en la Guardia Presidencial por un año...allí también hablaba conmigo.

miércoles, 30 de enero de 2008

Digresión sobre el tiempo

De un instante a otro instante. De uno a otro. Incesante.
Siempre periférico, siempre circular.
Con la marca de un principio y la certeza de un final.

De un instante a otro instante. De uno a otro. Incesante.
Siempre queriendo tenerlo,
para evitar ser mortal.

Siempre deseando tenerlo,
para poder recordar.

De un instante a otro instante. De uno a otro. Incesante.
Puedo medirlo contigo,
¿tú te atreves a mirar?

Puedo gastarlo contigo,
aunque se vaya a acabar.

El reloj de la mirada. Parte 1

Todo comenzó como cualquier historia. La pesadez de las mañanas hacía que la sorpresa del despertar fuese menos eufórica que la del común de la gente. O bueno, al menos eso era lo que él creía. Tenía la impresión que la ley de la gravedad atentaba en contra suya. Que su caso, de excepción, no era otra cosa más que la confirmación de la existencia de la tal gravedad que aplicaba a los demás, con monotonía, con vulgaridad.
¿9.81 metros sobre segundo al cuadrado? Quién podría creer que en verdad esa fuera la fuerza de atracción de la tierra sobre un cuerpo. Para él no. Para él la horizontalidad de la cama y el enorme esfuerzo que requería la incorporación matutina le hacía pensar que cargaba un elefante o dos. O más bien como en la rima infantil, en la que un gordo elefante gandalla, siempre va a llamar más gordos elefantes igualmente gandallas para aplastar lo que estuviera debajo de sus más gordos traseros. ¿9.81 metros sobre segundo al cuadrado? Por supuesto que no, al menos el doble era lo correcto para él.
Sonaba el teléfono y una descarga repentina le alcanzaba. No era el sonido del teléfono lo que lo avivaba, lo que le hacía salir de la vigilia, era lo que pasaba después. Era saber que ella estaba al otro lado, que una vocecilla normalmente dulce cambiaba su tono para hacerse aún más dulce, más abrazadora, más cómplice de la mañana.
Su voz disipaba a los gordos elefantes complotistas que cargaba con la pesadez de su ensoñación.
- ¡¡Te quiero cosa!!
¿Cómo podía ser tan dulce tan temprano? ¿Qué desayunaba que la hacía tan vivaracha y energizada? Seguro que ella si se comía todas las verduras que le recomendaba la dieta materna desde su más corta edad...No, no. A lo mejor era el yoga. No, a lo mejor ella era insomne. Mis antípodas con insomnio.
- ¡Mta! si yo me hubiera comido el brócoli, a lo mejor, a lo mejor despertaría con ganas de despertar. Ja, ja. Por dios no. Las mañanas tienen un efecto raro en mí. El brócoli en ninguna de sus presentaciones es algo que debiera comerse más que en penitencia...
- ¡Cosa te quiero! ¿Estás ahí o ya te quedaste dormido otra vez? ¡¡Cosa, cosa, cosa!!
- Aquí amor. Es que me quedé pensando debajo del edredón...
- Y yo sólo te quiero decir que te amo y que tenías razón
- ¿Que yo tenía razón? (Qué, acaso dije algo mientras dormitaba. Acaso hablé dormido y dije algo que pudo sonar convincente y que normalmente no hubiera dicho)
- Sí amor, tienes razón. Lo estuve pensando. Y disculpa que te lo diga pero si vas a estar repitiendo cada palabra que yo pronuncie nos vamos a tardar más y vas a llegar tarde a tu clase.
- Si. ¿En qué tenía razón amor?
- En lo que hablábamos anoche.
La noche anterior ella y él discutían, no, no discutían porque nunca lo hacían. Platicaban, sí eso es más preciso, platicaban acerca del amor y del tiempo. De cómo el amor puede ser sincronía y cómo el tiempo se puede ver afectado por sus interlocutores. Así eran ellos, tan iguales y tan diferentes, tan desigualmente sincrónicos, tan complementariamente extraños. El vino y las ganas de verla siempre, de besarla siempre, de abrazarla siempre, de hacer el amor con ella siempre, en fin, de amarla; hacía que él siempre cayera en sus trampas y acabaran hablando de ellos en los supuestos más extraños como el amor y el tiempo.
- ¿Y yo tenía razón? No es capcioso lo que dices ¿verdad? Porque apenas si puedo abrir los ojos y en este instante voy con lentitud por el mundo.
- No amor. Tenías razón. El tiempo y el amor no se ven se sienten y son construcciones que hacen apasionable la vida. Hacen que un instante en una vida finita pueda ser infinito. Hacen que el tiempo desaparezca y todo con ello cuando la pasión te alcanza...
En realidad nunca tuvo el proposito de construir una definición. De hecho, ni siquiera se había dado cuenta que lo había hecho en algún momento de la noche mientras platicaban abrazados en la cama. Y curiosamente era allí dónde tenían sus más locas ocurrencias y pasiones, como la de hablar acerca del amor y del tiempo. Él sólo pensaba que el tiempo sin besarla era inexplicablemente infinito y reencontrarla era tan efímero.
- Sólo te quería escuchar, despertarte porque te conozco y decirte que te amo. Que creo que tienes razón. Y que más te vale que te levantes porque ya es tarde. Ten un lindo día. Un beso amor.
Colgó el teléfono y se quedó pensando. La lentitud y la rapidez, el amor y su extinción, el dolor y la alegría, la vida y la no-vida. Sólo con ella. Sólo con ella podía decir y escuchar esas cosas. No sabía cómo habían llegado a estar juntos, pero lo estaban. Más bien ella tenía la razón. Hay cosas que sólo se sienten y que, bueno, no tienen claro el propósito. ¿O todo debe tenerlo? Cómo saberlo.
Después de la llamada siempre despertaba. Y siempre le quedaba la sensación de necesitar más tiempo con ella. ¿A qué hora se había ido anoche? No lo sabía. ¿O fue en la mañana?
El duchazo de agua caliente le devolvía lentamente el sentido de los sinsentidos. Siempre era mejor salir a la calle a una hora prudente. Y es que claro, el tiempo también puede ser impertinente. Una taza de café en la tradicional barra que estaba en la esquina de su casa y de la que formaba parte intemporalmente, era una fracción del recorrido que le daba tiempo para irse acoplando, con parsimonia, al mundo que a veces giraba más rápidamente o a veces con una gran lentitud.
En la terraza del pequeño café del que era asiduo y en el que acostumbraba un pequeño cortado doble antes de ir a su clase, se daba tiempo para pensar y reencontrar su lugar en el mundo. Como si cada noche se desprendíese de él y tuviera que volver a negociar cada mañana el papel que podría interpretar, las preguntas que podría preguntar, las historias que podría imaginar y se descubrió con una sonrisa al pensar cómo había conocido tiempo atrás a la mujer de las llamadas que lo devolvían al mundo por las mañanas.
Al recordarla el tiempo se detenía. Se acordaba que después haber participado en un seminario, en el que al final de cuentas se trataba el tiempo, creyó haberla visto entre los asistentes pero no estaba seguro. Fue después, mucho después, cerca de su cumpleaños que la volvió a ver y entonces tuvo la certeza de reconocer su rostro. De recordar una mirada profunda. Esas miradas que todo lo derrumban y que todo lo preguntan. De las miradas que tienen prisa. De esas miradas peligrosas que sin avisar sólo anuncian su llegada deteniendo el tiempo, midiendo el tiempo con cada pestañeo en un incesante andar y parar, andar y parar, andar y parar. Como si el tiempo le perteneciera a sus ojos y lo pudieran anticipar. Nunca antes y nunca después, sus ojos medían el tiempo con delicadeza, con exactitud.
A través de sus ojos pudo descubrir la belleza del tiempo y, sin darse cuenta, renunciar a su creencia más sagrada sólo por escucharla. Que al que madruga dios lo arruga. Sus ojos decían que era cierto...
- Mmm! El tiempo apremia...se me hizo tarde.
Pagó el café a toda prisa y partió a su clase. Ella se lo había dicho, un instante podía ser infinito.
Ella tenía la razón y creo que la noche anterior la que lo dijo fue ella. Ahora que desperté totalmente recuerdo que durante la noche, mientras charlábamos, yo sólo estaba atento a sentir cómo medía el tiempo con su mirada. Yo sólo estaba al pendiente del momento en el que tendría que reinventarme al despertar. Pero intuía que ella estaría allí ... con el reloj de su mirada.

sábado, 26 de enero de 2008

Todas las mañanas del mundo

Todas las mañanas tienen un sabor muy parecido. ¿Y cómo no habrían de tenerlo? A ciertas horas del día, pocas cosas pueden superar el seductor aroma del café recién molido y convertido en una tasa de expresso.

Todas las mañanas, antes de entrar en ese enloquecedor ritmo urbano que obliga a correr y tener prisa siempre sin saber por qué, pero que todo lo invade y siempre se extraña cuando no se tiene cerca, beber el expresso le daba sentido al amanecer, al tiempo. Después de lo cual la vida era de una iracunda precisión, bañarse-correr vestirse-correr conducir-correr correr-correr...

En el trayecto de su casa a su trabajo siempre transitaba por un mismo cruce. El semáforo que controla el tráfico vehicular siempre le indicaba detenerse. Al menos así había sido durante los últimos cinco años. Era curioso, hasta ese momento lo había pensado. El día comenzaba al moler un poco de café y prepararlo, al beber una tasa de expresso y pensar en nada, al salir al día para ir a su trabajo y detenerse en el mismo crucero debido a la luz del semáforo.

En ese crucero comenzaba a percibir la diversidad de las personas del día. Cruzaban frente a él, personas altas, bajitas, morenas, de piel clara, hombres, mujeres, niños, niñas, estudiantes, oficinistas, calvos, mujeres hermosas, mujeres feas, hombres adustos, personas hablando, personas calladas, ausentes, decididos, bien dormidos, mal dormidos, mentirosos, vituosos, católicos, protestantes, ateos, decentes, indecentes, amorosos, desgraciados, ingenuos, optimistas, delincuentes, avesados, con preguntas, con respuestas, frígidas, ninfómanas, concupiscentes... vaya uno a saber, una lista infinita para una modesta luz roja.

Entre todos los personajes del crucero, el paisaje se completa todos los días con la presencia de un hombrecillo al que ha visto durante los últimos años. Lisiado de la pierna izquierda, siempre utiliza un bastón, que hace que su estatura pequeña no pase desapercibida. Camina entre los autos con una pequeña alcancía repetiendo en cada ventanilla "...desea donar para niños con parálisis..." La voz que utiliza es un poco ahogada, pero aguda, es como la de un anunciador. Casi, casi, parece una canción, desafinada, desganada.

Cuando llego al semáforo, sé que es inevitable encontrarlo. Y cuando llego, siempre me pregunto cuánto tardará en llegar a mi auto con su anuncio. Al principio, cuando nos encontramos por primera vez y me preguntó, me sentí incómodo. Pensé que el resto de los conductores estarían observando mi respuesta. En realidad, la sensación era un poco estúpida, a nadie le importaba lo que le dijera. Pero también recuerdo que fue la primea vez que le dije que no.

Años después ha creído que el ritual de las mañanas consiste en levantarse-moler café-ducharse-conducir a la oficina para encontrarse en el semáforo con el hombrecillo del bastón. Siempre se ha preguntado si después de tantos años, de tantos no, el hombrecillo lo reconocerá, evitará acercarse al auto y podrá ver sus ojos detrás de los lentes para el sol. No lo sabe. Es la escena de todas las mañanas. En realidad, cree que es más probable que el hombrecillo controle el semáforo para preguntarle todas las mañanas...

viernes, 25 de enero de 2008

Las palabras y las letras...

Hoy te busqué para decir te amo.
Después de lo que dijiste antes de salir por esa puerta, me di cuenta que te habías llevado mis palabras y mis letras.
Hoy me busqué para asomarme a mi tristeza.
Pero no pude, me faltaban las palabras y las letras.

Tres tristes tigres...

La verdad es que con tu pregunta me transportaste en el tiempo a aquellas épocas en las que soñaba con no ser yo y prefería ser otra persona o un animal. Sí, ya sabes, cuando ante la presencia de un acto o circunstancia inesperada uno decía "esto no me puede estar pasando a mí" o qué tal aquél "sólo a mí me pasan estas cosas". Mucho antes de ver las series animadas con humanoides felinos en el espacio, yo entonces había elegido al tigre de bengala como un modelo de animal en el que me podría "transformificar" (parafraseando a Calvin, el de la historieta). Un claro signo de negación o evasión dirían los especialistas de la salud mental.

Como quiera que sea, todo esto viene a cuento porque cuando decidiste lanzar tu pregunta: "¿con qué animal te identificas?" Mi respuesta fue casi en automático: "pues con un tigre". Claro, como el apéndice o las muelas del juicio, esa respuesta tenía que ver con mis propios vestigios prehistóricos. Sin embargo, una versión más contemporánea, cosmopolita y madura de mi respuesta sería: "pues con un tigre". La razón, como dirías tú, por su tash!

Cuando te lo dije, no sabía el papel que tendría esa respuesta en mi vida. Al estar escuchando un disco de los Who, una frase de la canción se quedó circulando en mi Innernet (Sí. No me equivoqué, no me veas así, no es un error, así lo quise escribir):
"No one knows what is like...
To be the bad man...
To be the sad man...
Behind blue eyes
No one knows what is like...
To be hated...
To be faded...
To telling lies..."

En esas estaba, cuando descubrí que ya no habría más tiempo para decirte que te amaba. Para besarte. Para encontrarte. Para esperarte. Para que lo primero que escuchara en el día fuera tu voz y también lo último.

Mientras escuchaba tu lejanía, sólo podía pensar que los tigres no lloraban, no lloraban, no lloraban, no lloraban. Pero sí. Y que tenían muchas manchas en la piel, marcas en la piel, trazos en la piel, que el tash de los tigres de bengala tenía que ver con los diseños de su piel.

¿Sabías tú que en algunas culturas asíaticas el origen del mundo está relacionado con los tigres? ¿Y que las marcas de su piel se atribuye a eso?

Es extraño cómo pueden pensar eso. Todos sabemos que las marcas de los tigres son por amor...son de dolor.

jueves, 24 de enero de 2008

Un cigarrillo y nada más

Hoy encendí un cigarrillo y te pensé. ¿Por qué si fue hace tanto tiempo que nos dejamos de ver te recordé? Tú entraste de prisa a la habitación sonriendo, pisaste mi zapato al juguetear. Ví tus ojos y te dije te amo. Viste los míos y me dijiste te amo. Sonreíste de nuevo y saliste corriendo.

Yo fumaba cigarrillos normales, tú los fumabas ligeros. Yo de tabaco obscuro, tú mentolados obscenos.

Hoy encendí un cigarrillo y te pensé. ¿Por qué si fue hace tanto te recordé?

miércoles, 23 de enero de 2008

Yo no sé a ustedes, pero a mí...

Hoy por mi cabeza han pasado varias cosas. Todas ellas tienen que ver con descubrir cosas extrañas. Bueno, en realidad no sé si extrañas, pero en todo caso de ese pequeño conjunto de ideas que aunque resulten sin sentido permanecen en la cabeza ocupando un poco del espacio RAM por largo rato (ay!, la obsesiones).

Pues nada, heme aquí a mitad del tráfico y como descubrí que no traía un disco compacto decente (al más puro estilo de Alice in Chains, los exquisitos Velvet Underground, los soberbios Rolling Stones, o ya de perdida REM), pues nada puse la radio, subí la ventana y me resigné a estar conmigo mismo, aunque la mera verdad hubiera preferido otra compañía menos brusca, más risueña, en fin. Una pantera hubiera estado bien.

Pues como sea, resulta que a mitad del tráfico se me ocurrió poner la radio. En realidad no recuerdo cuál, pero era una estación que sólo transmitía música en espaÑol (se resalta la Ñ por obvio chauvinismo hispano parlante). Todas la rolitas tenían que ver con el amor, las despedidas, los encuentros, la bienvenidas, las falditas cortas y así (Sabina, se te extraña, believe it!).

Para darles una idea del recorrido antropológico por el radio, cito algunos fragmentitos que escuche iterativamente durante casi dos horas:

"...estoy tratando de encontrar esas palabras que describan lo que pasa en mi interior, es como una habitación desordenada, como un 11 de septiembre en nueva york...como vivir en una casa sin ventanas..." (A mí se me hace que el compositor se inspiró en mi estudio, no tengo duda)

"...y entre las llamadas busqué, tu mensaje oculto encontré...dime que me crees, dime que me crees. Dime qué sientes cuándo me ves, cuando me voy, cuando no estoy. Dime ven, ven. Dime. Dime otra vez nunca te olvidé. Dime que quieres volverme a ver..."

"La noche se disuelve, recobra su color. Las sombras desvanecerán, en sueño y en sudor. Y el sol irá saliendo en la ciudad, los autos se delizan y se van...y por favor olvídame, igual que hoy...igual que ayer..."

"Tú, coleccionista de canciones, dame razones para vivir. Tú, la dueña de mis sueños, quédate en ellos y hazme sentir. Y así en tu misterio poder descubrir el sentimiento eterno. Tú con la luna en la cabeza. El lugar en donde empieza el motivo y la ilusión de mi existir. Tan sólo tú. Solamente quiero que seas tú, mi locura, mi tranquilidad y mi delirio..."

Y basta! (Es por tí que mi alma siente diferente. Lo siento, esa frasecilla si me gustó y se me olvídó entrecomillarla)

Bueno, pues nada. Mientras me recitaba la cartelera radiofónica sin cortes comerciales. Pensaba, ¿cuál es la imagen musical del amor? Sí. Ya sé que esta es una maravillosa e inobjetable oportunidad para que mi principal detractora me arrime tubo. (¿Ven?, no mentí cuando dije que eran cosas rarillas). Esas rolitas suenan diferentes a la Trova Yucateca (Ay! la cerveza león y la cochinita pibil), a Jaime Roos (Ay! la pilser y chivitos uruguayos) et. al. El punto es que ya de por sí el amor tiene sus entuertos para encontrarle sentido (qué paradoja, si el amor sólo se siente, ¿a poco no?). Y entonces yo pensaba cuál es la imagen del amor, porque el espaÑol es una lengua generosa y de imaginación, de dulzura y, bueno, también de canijadas de cuando en cuando.

En esas andaba y de repente me dí cuenta que ya me las había aprendido. Es más, casi quiero saber de quiénes son los discos de algunas de esas operas primas. No sólo me las había aprendido, mi pie, como que las andaba quieriendo bailotear.

En fin. ¿Fue el tráfico, los sticky tunes de las rolitas, me estoy volviendo exactamente qué?

¿Alguien tiene alguna idea de la imagen musical de lo amoroso (Gracias Sabines)? ¿O me tendré que quedar con la versión de Ruidos de Jacques Atali?

No sé. Por lo pronto empiezo a creer que estoy enamorado. No. no lo creo. Estoy seguro hasta las chanclas.

lunes, 21 de enero de 2008

Una mirada inteligente

Si, si, si. Uno se puede encontrar en la internet con cuaquier cosa. Desde lo muy desagradable (y que conste que uno puede ir incrementando el umbral al dolor o la sorpresa) hasta lo indeciblemente sorprendente. Vagabundeando por la internet durante un rato de relajante y estimulante ocio, descubrí un blog que me parece súmamente interesante y provocador: http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/ Las teclas (aunque creo que sonaría mejor si escribiera: la pluma) de Silva-Herzog Márquez han recreado un espacio de amena y respirable lectura y reflexión. En una de esas, hay que echarle un ojillo. Cualquiera que se atreva a reseñar la demanda de algunos grupos feministas para exigir fotografías del trasero de Bertrand Russell como parte de una protesta, merece ser leído con la misma y respetuosa inteligencia que se requiere para sobrevivir en el mundo. Igualmente refrescantes son las páginas de Laclau, Marxella y Verónica Maza. Mmm! Qué envidia, poder escribir con la soltura, liviandad, inteligencia y pasión con la que lo hacen

Es posible que no se compartan las visiones. Pero el ejercicio de una estimulante y bien construida panorámica del mundo, siempre resulta en una deliciosa oportunidad para encontrarse en el planeta, con el amor, con el recuerdo o el imprescindible Punto G.

Yo sólo tengo una pregunta ¿a poco Sarkozy constituye un hito contracultural desde las instituciones? Creo que es excesivo, aunque provocador.

Del amor, las bolsas y otras minucias urbanas

Cuando tomó la llamada telefónica. Se quedó sin habla. El tiempo lo golpeaba como siempre, porque siempre llegaba tarde al recuerdo.

- ¿Estás ahí? ¡Bueno!

Hubiera querido imitar la grabación de su mensaje en el buzón telefónico: "...en este momento no puedo tomar la llamada, pero en cuánto pueda me comunicaré..." Lástima. El tiempo, que para entonces era una fracción infinita, le parecía transcurrir a una gran velocidad. Algo tenía que decir, ¿pero qué?


La noticia del día era el desplome de las bolsas de valores y sólo eso rondaba en su cabeza. Lo único que podía hacer era recordar. No es que tuviera un conocimiento formal sobre las finanzas. En realidad, no. Era su propia experiencia la que le decía que eso no sonaba nada bien. Su mirada al vacío y su silencio lo transportaron varios años atrás.

La noche era fría, pero en realidad no había nada que la vieja cantina "Las Dos Naciones" del centro de la Ciudad de México (otra ciudad, no la de los segundos pisos, sino la de los segundos planos, la de los segundos idos), no pudiése curar. ¿Era cumpleaños de quién, el tuyo? No me acuerdo, pero aquella misma noche era la noche en la que nos enteramos por la boca de Toño que oficialmente estabamos en crisis. Las bolsas de valores del mundo se cayeron y con ellas, las nuestras.

En la casa de Ulloa lo planeamos todo. Juventud y Crisis. En verdad no entiendo cómo o por qué Ulloa, entonces un talentoso editor, nos tenía paciencia. O nosotros parecíamos transmitir lo que nostros creíamos de nosotros mismos entonces (y, claro, la gente se lo creía); o se habría enamorado de alguna compañera, porque claro, entonces todos éramos compañeros.

Un espacio semanal. Un día Toño, un día el Oso, otro el Centella y así cada uno de los que estábamos juntos por alguna razón. Claro, reconozcamos (como tendremos que hacerlo) que algunos, o más bien todos, estábamos convencidos que nuestro principal pegamento emocional y tribal, pero no el único, era la concupiscencia. Al igual que en la militancia.

Por la noche, al salir de la casa de Ulloa, quien acordó abrirnos el espacio del períodico más importante del país para editar una sección semanal. El frío era frío, en verdad. Nos subimos a la carcacha descapotable del Rotoplás porque teníamos una reunión en el partido que recién se formaba como una gran alianza.

La voz adusta de quién años después sería Senador señaló la tardanza.

- ¡Jóvenes, nuevamente tarde! La democracia tiene prisa.

Siempre hablando para la historia. Siempre escribiendo y pensando en las frases que alguien recopilaría en varios volúmenes porque lo suyo, lo verdaderamente suyo era el discurso y la tribuna.

- Miren jóvenes. La cosa es simple. El país está en crisis y esta es una oportunidad para hacer crecer nuestra presencia entre los sectores más desprotegidos. Hay que viajar a Michoacán para apoyar en lo necesario la gira de nuestro candidato através de los comités de jóvenes.
Nos preguntó. ¿Qué paso con su sección editorial?

- Ya la autorizaron licenciado. Respondió Toño con cara de vocero oficial.

-Pues hay que emplear los espacios para señalar, para denunciar, para informar...

- No estoy de acuerdo. Dije con mucha seriedad. El proyecto no es partidista porque no todos los que escribirán tienen que ver con...

No pude acabar con mi rollo. Se levantó y dijo_

- Esto lo discutiremos en mi casa. Los espero en San Jerónimo en dos horas.

En el trayecto a la casa en San Jerónimo, el Safarí del Rotroplás parecía la sala de juicios de Torquemada. La noche era fría, pero yo tenía calor.

- ¡Chale! Los compromisos se deben cumplir. Me decía Toño. ¿Por qué le dijiste que no estabas de acuerdo con publicar algunos artículos que nos sirvieran?

- Pues porque no estoy de acuerdo. Porque no estoy convencido que esa la forma de hacerlo. A Ulloa le dijimos que el perfil editorial no sería partidista.

- Si no te parece la idea, no escribas nada.

Fue cuando Isabel, que iba sentada junto a mí, puso su mano en mi pierna y me pidió callar con un leve movimiento de su cabeza.

El resto de recorrido hasta San Jerónimo, todos hablaban de cualquier cosa para distensar el ambiente, pero no se dirigían a mí. Sólo Isabel me miraba y era la referencia de que yo existía en ese vacío. Desde que Toño se enloqueció, ella nunca quitó su mano de mi pierna.

Al llegar a la casa, nos bajamos y tomé su mano. No hubo mucho qué decir. Entraron todos, menos nosotros. Retiré con la mano una parte de su rubio cabello que caía en la cara, me dijo: estás lejos y, después, sólo rocé sus labios. Me besó.

- Yo tampoco estoy de acuerdo, pero es el único espacio que tendremos para escribir. No discutas demasiado, acordemos entrarle y cuando nos toque hacer un artículo mandémosle a Ulloa lo que nosotros querramos.

En verdad la sensación de una complicidad es inigualable, si sí, es un choque de adrenalina. Es como tener el espíritu de un animal diferente.

En el interior de la suntuosa casa había de todo. Mientras algunos atendían la sesión de doctrina política. Otros nos ocupábamos de minucias mundanas. Yo abría la boca mirando la colección de arte contemporáneo y bebiendo una montilla. El Centella, saqueaba algunas botellas de la cava, en una especie de reivindicación social que después compartiría mientras tocaba su desvencijado piano.

Con el tiempo, muchas de las cosas y de los rostros se olvidan. Se borran y son reacomodados, reorganizados. En realidad no lograba recordar muchos más de aquella noche, pero lo importante es que aquella noche no se le olvidaría. Algo había cambiado aquella noche, suponía que algún quiebre habría ocurrido, no sabía si era que por primera vez aquella noche había abandonado la tribu al menos por un momento y se había enfrentado; no sabía si había sido aquel candoroso beso; no sabía si habían sido los cuadros de Tamayo, la montilla que había bebido o qué. Pero aquella noche se le había grabado en la mente y emergía varios años después con la voz del recuerdo al otro lado del teléfono.

Durante los días subsecuentes, la vida (hasta dónde es posible recordar sin que se vuelva un cuadro cubísta) continuó a la sombra de la generosa e irresponsable arrogancia de la adolescencia. Organizamos las reuniones editoriales de nuestro nuevo espacio y ella estaba ahí. No recuerda si decía algo o nada. Pero ella estaba ahí, siempre a su lado a la hora de discutir, no argumentando, sólo la recuerda sentada a un lado. Honrando un pacto de complicidad que no requería palabras, sabiendo lo que el otro pensaba, adivinando el juego y el movimiento de las piezas en el tablero del ajedrez.

Escribieron. Sí, sin duda. Lo hicieron durante mucho tiempo. Lapso durante el cual permanecieron juntos y se hicieron uno. Fue aquella la época en la que tuvo que abandonar la universidad por la crisis financiera del país y en la que también le entregó el corazón sin pensarlo a su cómplice. En realidad el orden era al revés, primero le entregó el corazón en una cajita que tenía grabado un cometa. Después el desempleo ocasionado por la crisis lo hizo dejar todo.
Dos años después de la primera gran crisis de la bolsa de valores, qué para colmo de males lo había agarrado sin ninguna acción, porque entonces ser prángana no era una condición sino un estilo de vida que después copiarían los modelos de Calvin Klein; en la que habían escrito varios artículos juntos, ella desapareció.

Había decidido dar cobertura periodística en el sureste del país a la emergencia de un movimiento insurgente y no supo más. Buscar, buscar, buscar. Lo único que recordaba con claridad de aquella dolorosa ausencia era que los encabezados de los diarios de la Ciudad decían "Lunes negro de la bolsa".

Para él, era claro que su vida estaba ligada indisolublemente a los altibajos de la bolsa. Perdió siempre a sus más grandes afectos. Primero, a sus amigos. Después, su futuro. Y con ellos la esperanza de volver a encontrarla.

- Bueno. ¡Responde! No sabía si este seguiría siendo tu teléfono...soy Isabel

No supo qué decir y colgó. Las bolsas del mundo nuevamente habían caído. La tristeza lo invadió. No sabía ya qué esperar.

domingo, 20 de enero de 2008

She doesn't get it!

Me hubiera encantado decirte que no tenía la más peregrina idea. Pero la pregunta era provocadora ¿existe el punto G? ¿O era una invención como la de aquella película en la que a pesar que todos hemos visto imágenes de los viajes espaciales, pues en verdad no sabemos si el hombre ha viajado al espacio exterior o todo ha sido una ficción peliculesca?

Pues en verdad M, me sorprende la pregunta. Que seas un cometa no te autoriza para despertar los monstruos y fantasmas que rondan y descansan, a veces, en cada cabeza o en cada espíritu.

En realidad he tenido la pregunta rondando durante varios días. Sé que nuestra charla tenía dos vertientes. Tu excepticismo femenino, con esa mirada tan tuya (pues si no de quién) que nos anuncia a quienes nos gusta quererte (si, sí) o por lo menos a mí, que allí vienes queriendo saber aunque destruyas la paz. Cuidado ya viene. Y mi versión que, sin ser el editor del reporte Kinsey, pero sí un asiduo recurrente del intercambio y del cachondeo, trataba de contener el desbordamiento tan tuyo que todo lo inunda.

Pues creo que he llegado a una conclusión después de todo este tiempo. En verdad ojalá que exista y que no sea un punto y coma o un punto y aparte; porque si efectivamente el tal punto posee todas las características que dicen l@s teóric@s que tiene, vale la pena ser un practicante empedernido del amor, del sexo y del placer. O cómo quién dice, gracias a un punto (y no ortográfico) el mundo es mejor y vale la pena.

En realidad, yo sigo creyendo que si existe como una generalidad funcional humana y no casuística. Aunque descubrirlo es responsaibilidad de cada uno.

Mi deseo, además de lo que ya se sabe (y deja de verme con esa mirada), es que todas las lenguas (además de las que se dedican a la busqueda del Punto G) tengan en sus respectivos alfabetos una G. Sin ese equivalente idiomático se puede condenar a la inexistencia o la negación del placer a algunas sociedades.

Como siempre, te beso

domingo, 13 de enero de 2008

Las (sin)razones de las cosas o por qué las cosas son como son

Para ser un inicio en realidad no sé bien qué escribir, ni cómo contar la historia. Supongo que la manera más fácil es comenzar por el principio caótico que me condujo aquí.

Como una buena parte de las historias urbanas, ésta tiene como referencia la sección de horóscopos del noticiero matutino. La voz de la amistosa horoscopista o como quiera que se le pueda llamar, era convincente "(Virgo. Es momento de crear y decir. Permítete (sic) conocer y proponer. Sal al mundo y decídete. Buen augurio. Mercurio está en tránsito y te favorece)"

Mmta! A ver, a ver. Reconozcamos que a las 7 de la mañana muchas cosas sin sentido, en realidad lo tienen. Una taza de café y comenzó la especulación acerca del misterioso mensaje encerrado en la voz de la horoscopista.

¡Pinche Mercurio! Por qué apareciste esta semana en tránsito. Esta semana es densa, no tengo demasiado tiempo para hacer las cosas que los astros dicen que yo y otra buena cantidad más de vecinos del signo zodiacal debemos andar haciendo. "Permítete conocer y proponer", "Permítete conocer y proponer". Ay, dios ¿Cómo chingados se hace eso? Al fondo Wet, Wet, Wet amenizaba la especulación "...i don't feel the love, i just can hear the words..."

"Sal al mundo y decídete" Bueno eso si lo puedo hacer. No sé sobre qué podría decidir en el orden de la rutina cotidiana si debo ir al supermercado y sólo me gusta un tipo de yogurth, de queso, sólo uno de carnes frías y de transgénicos. En la calidez de mi estudio, a quien con ojos de serena complicidad me gusta imaginar como la baticueva, el olor del café recién molido y preparado inunda la especulación, hace que el frío de la mañana sea menos doloroso, menos grosero, menos menos. "Sal al mundo y decídete". Qué no se habrá equivocado esa mujer y escuché lo que parece una rima publicitaria en lugar del verdadero mensaje "Decídete y sal al mundo", cuya interpretación puede ser sólo "Apúrate y vete". Las 7:40!! Cuál buen augurio ¡otra vez tarde!

El agua caliente es un drama en el estudio. Eso lo sabemos tú y yo. Ese día, sin embargo, el agua caliente salió sin ningún problema (...oooh, picture this, i'm not alone, i'm not alone with my gipsy girl...). A lo mejor sí tenía razón. Ese si podía ser un buen augurio. El agua caliente y el sonido de la palabra augurio me hizo recordarte. Cuando estábamos juntos, y yo creía ingenuamente que sí, alguna vez escuchamos cómo festejaban a alguien y le cantaban en un italiano tropicalizado la mañanitas (Tanti Auguri), pero tú escuchaste (y reconozcamos que siempre fuiste así, sólo oías y veías lo que querías sin ninguna concesión) santiagiurí. Fue aquel mismo día que nos ofrecieron Carpaccio y tú pensaste que el mesero se llamaba Gervasio. Cómo te quise, en fin. El agua seguía saliendo y yo tenía que correr (ahora sí).

La pesadez del recuerdo sólo tiene dos caminos. O se omite o se recrea autobiograficamente para quitarle lo dramático y lo doloroso. Pero si te quito del recuerdo, pensaba en el carro, cómo voy llenar todo el tiempo que te quise. Mejor te cuento, mejor me miento, mejor me invento.

Con el cabello rizado a medio secar seguía pensando en el horóscopo. No es que él fuera monotemático, clavado o no tuviera nada más en qué pensar. Pero se hizo adicto a ellos cuando Bonsai se fue. En realidad creía bien poco en ellos, pero a veces también tenía ganas de escuchar lo que él quisiera. No entendía la gramática, ni la métrica de los astros. ¿Cómo se podía leer el cielo y sus constelaciones? ¿Cómo cada espacio en el espacio podía convertirse en una señal para él? ¿Cómo cada milímetro de estrellas y vastedad podría decirle algo a alguien y que fuera diferente para cada uno? Sigo pensando que el universo es más vasto que el número de humanos en el planeta (aún sumándole a la población china) y entonces una pregunta que le asediaba era: ¿qué ocurría con el espacio que no se usaba para la predicción astrológica porque había más universo que gente? ¿Era un libro en blanco que después se escribiría? A pesar de todo, la idea le gustaba, así su cordón umbilical estaba conectado con el universo. Pero entonces, qué horóscopo era mejor ¿el del canal 2 o el del 13?

La maravilla de la Ciudad es que el tráfico automotriz siempre es una oportunidad para la neurósis o la evasión. Es como dice ella, a quién por cierto descubrí después que te fuiste y que recorre mayores distancias en el auto, una aterradora forma de estar con uno, a pesar de uno mismo. En realidad, nunca entendí por qué te fuiste. Pero hoy, te lo agradezco. Apesar de todo, si pude vivir sin tí.

En un semáfaro en rojo de repente se agolpó el recuerdo de la Tarotista con la que salió algún tiempo. ¡Qué barbaridad! Las cosas que pueden provocar los semáforos. Además de unos ojos verdes subyugantes y una risa de anuncio comercial, ella tenía algo que seducía. Un poco de locura, un poco de ironía. Ella le explicó de la interpretación en la cartomancia, no de la adivinación, sino de las interpretaciones al más puro estilo de terapia de bajo impacto (sí, como los aerobicos que nunca tomaste). Del Tarot lo que más me gustaba era ella. En realidad su piel aceitunada y la combinación con los ojos verdes y el cabello levemente rojo, me parecía espectacular. Me acuerdo que alguna noche mientras cenábamos le pregunté si ella se había leído así misma las cartas. Con sus profundos ojos verdes, me miró y me dijo que no, que no era un tema que quisiera discutir.

- ¿Qué, es cómo si un dentista se hiciera endodoncia solito? Pregunté con descaro.

- No, no quiero saber qué dicen las cartas

Afortunadamente los semáforos en rojo no son eternos. Cuando regresé al mundo vehicular sólo recordé que una noche, después que descubrí que me llamó 15 veces en 20 minutos al teléfono, según el identificador, decidí que ella no era para mí. Nunca supe si se leyó las cartas y me buscaba para preguntarme por qué yo estaba a punto de hacer lo que las cartas le habían dicho que yo haría. Y nunca más nos volvimos a encontrar.

La pesadez del día fue creciendo hasta que unos labios cálidos y tiernos alcanzaron a regresarlo al mundo. Te quiero ¿Me quieres? ¿Por qué me quieres? Las viejas preguntas de todos los días en manos de la dueña de un nihilismo desbordante, una viajera de sensaciones como ella se suele presentar, sólo para que uno no pueda definirla, encontrarla y besarla. Lamento tanto hacer caótico tu mundo y tus certezas, pero la pasión no sabe de equilibrios. Y a veces, yo tampoco. Me besas, me callas, me abrazas.

Cuando la besa, sólo se pregunta cuánto tiempo más podrá lograr resistir los embates. Cuánto tiempo más podrá pasar sin decirle que la ama. Cuánto tiempo y cuánto espacio para decirle que el riesgo de la M, es el riesgo de la R o de la L o de la A. Que cualquier letra del alfabeto está expuesta y que cuando ello pasa no hay ecuación que anticipe, no hay razón, ni diccionario que defina. Que se construye la respuesta. Pero ella quiere saber la definición y cree que sólo hay una. Que no puede haber dos o más definiciones ocupando el mismo espacio. (Aunque lo reconozco, tú y yo sabemos que si puede haberlo, aunque tú siempre lo negaste y creo que sigues pensando que la única definición es la tuya o cómo quién dice "no'más tus chicharrones truenan"). Es difícil.

En realidad no sabe si se lo debe decir. Es inasible. Es rápida. Es a veces un suspiro. Y los suspiros no se deben agitar, porque se pierden. Porque se van.

Por el teléfono móvil entra una llamada. El viejo recuerdo de la adolescencia, de la complicidad, del afecto lo golpea. El tiempo siempre se detiene entre nuestras llamadas. La última vez yo estaba en África y tú en una boda en Michoacán. Esa fue la vida que elegimos y de cuando en cuando recuerdo que también a veces queremos parar y tener y contar lo que a todo mundo parece que le es fácil tener y contar. Pero extrañamente a nosotros no. Qué será. Qué todos los que nos hemos querido desde el principio de los tiempos y fuimos testigos de cómo la noche se volvió día rompimos algún sello que se volvió maldición. No sé. Ya no me da miedo. Tú, ellos, nosotros hemos sobrevivido al terremoto del 85, al final de la revolución sexual, a los divorcios, al éxito, al fracaso, a las certezas familiares, a las elecciones del 88 a las del 2000, a nuestros propios prejuicios, a la muerte de nuestros padres. Somos sobrevivientes y nosotros contaremos nuestra historia.

La dulce voz de ella, nunca ha cambiado. Ella no entiende que para ser una villana se necesita de un talento especial que tristemente no tiene (aquí entre nos, ese es un secreto inconfesable). Pero cada vez que me llama cree que a uno se le puede olvidar la transparencia de su sonrisa. Que se me olvidan los terapéuticos recorridos de madrugada y de maravillosa frivolidad cuando le rompían el corazón o a mí el alma.

- "...estoy experimentando y estoy construyendo un blog...quiero que lo leas y me des tu opinión"

En realidad no supe si reírme o tratarla con solemnidad.

- "Qué opinión quieres de mí. La del que te conoce desde antes que existieran los blogs o la de tu mejor amiga. Porque si es la de tu mejor amiga, ese no soy yo".

Así llegué. Fue un horóscopo que nunca pude descifrar, un recorrido del estudio a la oficina con mucho tráfico, la amorosa presencia de una mujer llena de preguntas que me disturba porque le cuesta trabajo decir te quiero a veces, una taza de café recién molido y la llamada de una inteligente, afectuosa y dulce sobreviviente.

¿Que qué opiné de su blog? Después de leerla, sólo pensé que esta era mi respuesta.