domingo, 10 de febrero de 2008

Crónica de muerte, vulgaridad y odio

I
Era normalmente en las noches que lo perseguían las obsesiones. No era que durante el día no lo acecharan pero eran menos visibles a la luz del día. Como los fantasmas, figuraciones translucidas que con la luz diurna no es que desaparecieran sino sólo que no se veían. Así le pasaba a él con frecuencia, eran las noches el escenario propicio para que irrumpieran las cavilaciones, las dudas y las preguntas obscenas de la vida, como la muerte, la vulgaridad o el odio .
Durante esa misma noche había decidido que no convocaría más a los fantasmas que le agobiaban. Ja, ja. Como si hubiese tenido la opción de comandar y decidir el control sobre sus culpas y sus terrores. Pero él lo creía y actuaba como tal.
Pensaba que ocupando su cabeza al revisar la internet podría escapar a sus tribulaciones secretas, las que sólo él conocía, las que guardaba para sí y que explicaban por qué él era como era. Las que hablaban de dónde venía y cuál sería el camino más probable que tomaría para adelante. Pero la sorpresa y la internet se encargaron de derrumbar la certeza de su autocontrol y del dominio sobre sus fantasmas.
Revisando las páginas personales de internet durante el jueves de aquella semana descubría un mundo de fantasmas que le recordaban a los propios. Las frustrantes listas de amantes imaginarios que se han tenido, la página de un cibernético poeta chileno recientemente muerto y extrañado, las fotografías de cuerpos soezmente desnudos, la emergencia de una insurgencia contracultural de género más próxima a la generofobia (sic) que a la emancipación del violento atavismo. Al final de cuentas sus fantasmas resurgían. La muerte, la vulgaridad y el odio...
Durante el día del viernes siguiente a su viaje por internet, mientras conducía su automóvil por aquella congestionada vía del sur de la Ciudad de México, observó que la empresa de servicios funerarios instalada al lado derecho de la calle tenía un embotellamiento en su propio estacionamiento. Razón por la cual el tránsito vehicular se hacía lento en la calle. Casi como si fuera una estrategia de marketing deliberado, en la que se obligaba a que todo peaton o conductor, en resumidas cuentas clientes potenciales, para que voltearan a ver el lugar.
- ¿Qué sucede en esta ciudad? ¿Por qué las funerarias son ostentosamente más concurridas en viernes y sábados que en otros días de la semana? ¿Acaso es la oportunidad para que la gente de las oficinas no regrese a sus trabajos después de derramar un poco de solidaridad con los deudos de alguien? ¿Acaso la muerte se apiada para no interrumpir las jornadas laborales y acontecer en el momento que la gente tiene un poco de tiempo libre?
Su propia experiencia con la muerte de su padre le había obligado a observar neuróticamente las funerarias en fines de semana. Creía haber descubierto una regla empírica de carácter nacional los viernes y los sábados se muere más gente. Y, bueno, morirse en fin de semana en el tercer mundo puede ser un problema burocrático importante. Por eso, una vez que él había hecho consciente su propia muerte, había decidido morirse en domingo. Varias eran las razones para eso, la primera es que el domingo era un día que le resultaba agobiante, un día triste. En un sentido, su decisión era como elegir una corbata con el traje y los zapatos que usaría cualquier día, es decir, un acto de buen gusto, de combinación. Por supuesto, también influía en su decisión el hecho pragmático de encontrar lugar en una funeraria.
Pero la muerte tiene algo de incierta. Una parte de ésta tiene que ver con las tribulaciones de los deudos, los trámites civiles y religiosos según sea el caso. Y otra parte tiene que ver con la memoria y el reconocimiento de una vida, paradójico ¿no? Siempre se pregunta uno ¿quién recordará su nombre después de muerto? ¿quién podrá pronunciar bien su nombre y de corrido? ¿quién podrá derramar una lágrima verdadera? ¿quién lo extrañará y por cuánto tiempo?
Conducir a un costado de la funeraria le recordaba, sin embargo, que existe más de una forma de muerte. Una es la extinción brutal, absoluta y definitiva de la vida. Inexorable e inevitable. Pero otras eran las menos físicas y más emocionales. Las pequeñas muertes cotidianas en las parejas, en los amigos, en los trabajos, en uno mismo. Las despedidas continuas y recurrentes que hacemos siempre de nuestros afectos y nuestros detractores. Y para esas no había un ritual que aminorase la angustia, tampoco un lugar al que se pudieran llevar a los muertos. El tanatorio ocurría dentro de uno mismo y las preguntas aunque paradójicas eran ¿por cuánto tiempo más podrían vivir allí esos muertos? ¿A cuántos más podríamos llevar a cuestas? ¿A cuántos por las mismas causas? ¿A cuántos por nuestra responsabilidad? ¿A cuántos por eutanasia? ¿A cuántos por suicidio? ¿A cuántos por casualidad? Todas dolorosas.
Es la muerte una continua y recurrente advertencia de la vida, que confronta a quienes la tocan, la tientan, la han susurrado. Que lleva a pensar a más de uno que el miedo a la muerte, no es más que el miedo a vivir. Vivir una vida, vivir enamorado, vivir con amigos, vivir solo, vivir con elegancia, vivir cachondamente, vivir con los abrazos, vivir con el prozac.
El desquiciante tráfico urbano del mediodía y cercano al fin de semana, bajo un sol invernalmente tropical, le hacían pensar extrañezas singulares. Las diferentes formas de muerte, que no de causar la muerte, le habían hecho considerar durante su trayecto para encontrarse con su amigo en la cita que mantenían desde varios años antes en la misma cantina; que quizá fuera posible encontrar una forma para medir las diferentes formas de morir. La medición cardinal como una respuesta exosomática para el diagnóstico de las muertes ¿se muere mucho o se muere poquito? Quién sabe, a lo mejor los griegos siempre tuvieron la razón: la gloria y la inmortalidad, los nombres por siempre, estaban reservados sólo a los héroes o a los dioses.
El arribo a la cantina que generosamente tenían como un refugio para la complicidad y los juegos de una adolescencia que coexistía en ellos a pesar que había pasado mucho tiempo antes, detuvo su cínica búsqueda de una medida invariable del dolor, sin importar la despedida ¿quién sufre más el que se queda o el que se va? Era el tiempo de beber una generosa ronda de tequilas y cervezas, de otras preguntas, de otra vida, de otro recuerdo y de una nueva despedida.
II
La llegada a la cantina no estuvo exenta de un recuerdo memorable. Para empezar casi no parecía una cantina, los parroquianos en realidad estaban conformados por personajes perfumados, mujeres hermosas conductoras de televisión, intelectuales prominentes, ciudadanos decentes con sus secretarias y sólo una que otra cínica oveja descarriada con legítima apetencia por un trago, sin afán de publicidad.
A su arribo, un despliegue policial desproporcionado llamada la atención. Mientras su amigo lo recibía con la sonrisa de siempre en los portales de la cantina, tres mesas a la izquierda una mujer, adecuadamente borracha, cantaba con un desafinado trío alguna canción de las que te parten el corazón sólo al alcanzar el nirvana de Gay - Lussac. La policía había sido llamada por los meseros de la cantina debido a que el acompañante de la espóntanea intérprete desconocida quería, tal y como se diría en una cantina, partirle la madre a un mesero.
Previo a su llegada a la cantina, una pareja de parroquianos bebían en una de las mesas de la esquina de la cantina. La abundancia de alcohol mantuvo una relación inversamente proporcional con la inhibición del hombre y la mujer que ocupaban esa mesa. Conforme los tragos pasaron, también comenzaron a transcurrir las circunstancias que habrían de convertirse en la justificación de la presencia de la policía. La mujer, alentada por su acompañante, decidió pasar de sólo beber a tener una versión más proactiva de su propia intoxicación y decidió cantar. Y de cantar pasó a comenzar a encuerarse en plena cantina.
Vale la pena decir que no tengo una idea exacta de qué implica encuerarse cuando el atuendo es microscópico, pero el caso es que ella comenzó a desprenderse de su minúsculo atuendo. Cuando ello ocurrió un mesero se acercó a pedirle que por favor no lo hiciera. El acompañante le dijo que ella tenía derecho a hacer lo que quisiera y corrió al mesero. La aparente tensa normalidad se rompió cuando el mismo mesero regresó a servir a una mesa adyacente a la de la desinhibida pareja y dijo con una voz suficientemente deliberada e indiscreta que la mujer era vulgar. Aquello encendió el ánimo del acompañante masculino para querer golpear al mesero que fue escondido por sus compañeros. Mismos que llamaron a la policía y acusaron al sujeto de marras de portar un arma.
Al llegar la policía, comenzó una averiguación acerca de la existencia del arma y examinar las condiciones del alboroto dentro de la cantina. Mientras tanto, la mujer había decidido de manera autista cantar con el trío. Su chillona voz acompañó la discusión de cantina que mantenían en otra mesa un par de viejos amigos que se reencontraban nuevamente después de mucho tiempo.
Con la certeza de conocer las obsesiones de su amigo recién llegado, Antonio preguntó:
- ¿Cómo has estado viejo? ¿Cuáles son las cosas que has decidido cargar y pensar en todo el tiempo que no nos hemos visto?
- En realidad son las mismas de siempre. Pero he descubierto en la internet, en las páginas personales de mucha gente, la mayoría de ellas mujeres, la metáfora de la reivindicación del cambio en el perfil de la feminidad como un signo de modernidad cosmopolita que me ha llamado la atención.
Antonio sabía, y lo peor, estaba preparado, para escuchar y debatir divertidamente a su interlocutor.
- He descubierto que una parte de la transición en el perfil de la feminidad sin duda tiene que ver con el empoderamiento decisorio y su expresión sexual y erótica, pero también que se omite que esa misma transformación está siendo acompañada por un desplazamiento cultural en la masculinidad.
- ¿En qué sentido?
- Bueno, me parece que el viejo clicé de la vulgaridad y el mal gusto como ámbitos de potestad masculina, también se convierten ahora en parte del mundo de las mujeres. Ningún cambio está exento de vacíos que se llenen, aunque sea involuntariamente. Los cambios y las muertes siempre duelen.
El tequila y la cerveza continuaron fluyendo en su encuentro, las obsesiones se fueron mimetizando con el frío aire de la calle al obscurecer. Afuera, la gente se aprestaba a marcharse a sus casas. Adentro, en la cantina, dos viejos amigos se disponían ahora a discutir el amor y el desamor, el valor creador del amor y el poder destructivo de su versión igualmente colosal...el odio.

4 comentarios:

LaClau dijo...

Querido R, algún virus nos está atacando con pensamientos sobre la muerte, la vida, el amor, el desamor, el odio... ¿Serán pretextos o simplemente textos de nuestra necrofilia?

Entre Eros y Tanatos no hay otra relación más que la necesaria simultaneidad. Porque existen se manifiestan, porque le dan vida a sus respectivas realidades somos sus vivas marionetas.

¿Qué sucederá cuando el mundo de las huelgas, el de los sabáticos y el del desamor tomen nuevamente su curso?

mArXelLa dijo...

Lo he dicho, no soy feminista! me encanta ser mujer, me encanta que seamos diferentes y la vulgaridad me pone "malita de los nervios"
Oye,morir en domingo no me parece simpa, yo quiero romperle la semana a los demas y será mejor morir en miércoles o jueves jaa, así les arruino el juevebes y el viernes social, o bien les doy un motivo pa festejar con unas chelas...pa que digan " a su salud". Respecto a esto, sólo agregaré algo...sé quien dirá tú nombre de corrido cuando mueras, también se que, naa es más divertido pensar en la "petit morte" ...Creo que vale la pena vivir, y si para vivir he de morir pues..vivamos elegante y cachondamente, esa debe ser la meta. Las obsesiones me obsesionan, más las nocturnas...hasta puedo ver el amanecer con mi más grande obsesión mmm...
Espera, me falta algo, queremos la tercera parte por que no sabemos que se discutio acerca del desamor, el amor, el odio y todos esos artilugios que le dan sabor a la vida.

El R dijo...

Mi querida Laclau, el virus al que te refieres no puede ser otro que el de la vida. Vivir, lo que se llama vivir, no está exento del dolor, del amor, del desamor y del odio. Por eso el perdón es un ingrediente sine qua non en un vida equilibrada. Coreo que el chiste no es evitar las potenciales causas del dolor como el amor y la muerte. Sino equlibrarlas. Qué cosita!! Vaya trabajo.

No creo que sean pretextos ni tampoco una expresión necrófila. Sólo estamos vivos.

Acerca de tu pregunta, creo que tengo una respuesta, cuándo regresemos a la normalidad de nuestras ocupaciones, pensaremos en las mismas obsesiones pero las escribiremos menos en el blog.

Una amoroso beso, aunque sólo sea una pequeña despedida

El R dijo...

Amorosa Marxella, coincido contigo el mal gusto me "pone malito" no importa de dónde provenga, ni cuales sus manifestaciones.

Me gusta más el domingo para un evento así, porque es un día en el que la gente prefiere no moverse, tiene pereza. Eso si que es echarle a perder el descanso a los demás. ¿Por qué facilitarles las cosas? Suena a última voluntad.

Me gusta más la elegantísima, cachondísima y revivificante "petit morte" que las otras. Ni qué decir, me sumo a tu propuesta.

Acerca de pronunciar los nombres. Gracias. Lo sé. Por eso hay que cuidarlos. Para que no se acaben y no se gasten innecesariamente.

De lo que ocurriría después con la discusión del odio en ese díalogo, si. Habrá que escribirlo, pero primero recrearlo. No sé. Es tan destructivo el odio que por el momento me falta tinta para poder convocarlo.

Un bexillo "necro-nano-fílico" (tr. un beso de pequeña muerte), como si fuera domingo por la tarde.