miércoles, 19 de marzo de 2008

La inmortalidad del cangrejo

Cuando Claudia llegó para ayudar en lo que pudo, ya era demasiado tarde. A veces le pasaba así. No es que no tuviera voluntad o ganas por hacer las cosas, es que sólo se atrasaba. Pero lo que se llama ganas por ayudar al prójimo, lo que se dice ganas, pues siempre las tenía. En cuanto comité, organización o iniciativa colectiva existía o se fundara, ella siempre estaba presente.

Aquella noche comenzó como cualquiera otra. Sí. Coincidamos en el hecho que las historias que nunca se olvidan siempre aparecen de súbito. Las prefabricadas, las que se urden con estulticia, en el mejor de los casos sólo nos abochornan.

Varias veces habíamos caminado por esa misma calle, tan señorial y con tanta historia, en realidad nunca supo el nombre, pero de seguro que tenía nombre de héroe nacional ¿De qué otra forma se podría llamar una calle con adoquines y luminarias de hierro del siglo XIX? Después de esperarla para que bajara de su automóvil con toda la parsimonia que la caracterizaba, como si hubiese llegado a tiempo, le pedimos que nos diera la bolsa con las pinturas para poder terminar con las leyendas que adornarían algunas de las paredes de la ciudad a propósito de la asfixia en la que creíamos vivir. Y no es que fuera una sensación solamente, no. Eran días de tormenta y relámpago, días de una prolongada tristeza que nos embalsamaba y nos hacía reír casi nunca.

Los cinco que tendrían que participar en aquella protesta urbana – clandestina por la noche, incluyendo a Claudia, sabían, o más bien creían saber, que lo que estaban a punto de hacer ponía en tensión la soga, que los acercaba a un pequeño precipicio si los atrapaban. Pero entonces, y parece que aún ahora, creían que valía la pena. Que callar y aceptar las cosas sin decir algo, nunca pudo parecer digno, nunca pudo parecer amoroso.

Y así fue. Los rondines policiales estaban perfectamente cronometrados para poder trazar algunas leyendas y tener tiempo suficiente para escapar sin ningún problema con los gendarmes. Ninguno había pensado en eso mientras se distribuían las latas de aerosol. La adrenalina al tope, los corazones se escuchaban latir por las paredes de aquella calle de la Ciudad de México. Claudia se había retrasado, pero finalmente había llegado.

Así comenzaron una noche a escribir juntos. No era papel, eran paredes. No eran historias, eran ellos mismos. De aquella noche memorable, cuatro enajenados alcanzaron a escribir en diferentes muros:

“Al pueblo de México. El Presidente no es mi hijo, me apena. Atentamente. La gran puta”
“Se vende país entero o por partes…interesados comunicarse al congreso”
“Yo pisaré las calles nuevamente…sin pedir permiso y abrazado a su cintura”
“Mi unicornio azul en verdad no se perdió…fue deportado al Usumacinta”
“Sotana o condón: revolución”


Pero Claudia, la enorme Claudia, la recordada Claudia, la cosmopolita Claudia, la independiente Claudia, ella usó una pared para escribir:

“Morir, sólo se permite por amor”

Cuando lo leímos, no entendimos entonces. Antonio alcanzó a decir “o por atropellamiento”, antes que las sirenas de las patrullas nos alcanzaran. En el intento por huir, ella se quedó aterrada y paralizada. La sola imagen de Teresa, su mamá, y de las Hermanas del Perpetuo Socorro, que dirigían la escuela evidentemente confesional a la que asistía, le impidieron huir.

La policía nos detuvo porque ella no pudo correr, aún ahora no lo hace. Ella siempre creyó que a algunos nos habían atrapado aquella noche por solidaridad con ella. En realidad, a los que leímos su consigna callejera nos atraparon porque comenzamos a creer esa noche que ella tenía razón y no pudimos dejar de mirar la pared que garabateó. Cuando llegamos a la prefectura de policía acusados de “sedición social” pidieron los documentos de identidad y se llenaron los expedientes. Los cinco, parados contra un muro en el que nos tomaban fotografías, tuvimos que responder varias preguntas. Al llegar el turno de ella, que mantenía la mirada perdida en algún lugar, y preguntársele la ocupación; Claudia, con una aterradora voz ausente que combinaba con su mirada, sólo dijo: “Aprendiz de cangrejo inmortal”.

Nadie rió cuando lo dijo aquella noche. Su inusual palidez nos lo impidió. Su voz había cambiado.

Varios meses después, cuando fueron liberados y según el juez readaptados, regresaron a aquella misma calle y pusieron una plaquita de metal en la pared en la que ella había escrito aquella leyenda que los acompañaría por siempre. La placa decía:

“Aquí unos locos acompañaron una noche a la descubridora de la Inmortalidad del Cangrejo. Que así sea por siempre”.

Nunca volvimos a pasar por allí juntos. Pero hasta dónde sabemos, después de varios años, allí sigue todavía la placa. Y claro, aún existe esa noche de la que no podemos correr.

7 comentarios:

mArXelLa dijo...

Y lanzo un suspiro al viento y pienso en esas calles, en esas luminarias, en esas paredes llenas de consignas y manos que las pintaron. Cuando camino por la ciudad me doy cuenta de los que pasan y de los que la pasan...ahora trato de hacer memoria y veo en imágenes algunas frases, y si...creo que lo recuerdo, creo que la he visto en algún lugar de mi corazón y no sé si la pinto Claudia, pero de alguna manera llego a mi..."morir, sólo se permite por amor" y en algunas mañanas solo se permite morir un poco en sus brazos...un beso

Claudia dijo...

Y eso no fue todo lo que sucedió aquella noche... ni las subsecuentes... ni lo único que yo, o mis otros "yos" hicimos.
No es fácil llevar la Claudiedad a cuestas.

LaClau dijo...

Querido R,
¿Por qué será que la palabra "amor" y "morir" se escriben con "M"?
¿Por qué será que cuando de amor se trata eventualmente aparece alguna reja en la historia?
Un beso del otro lado de la realidad.

El R dijo...

No hay otra forma Marx, no hay otra forma. Estoy de acuerdo, ese es el lugar de las historias... siempre.

Un beso es esta fría mañana

El R dijo...

Misteriosa claudia, ¿acaso eres tú la que pintaba? Casi creo que pudieras serlo. Aunque la claudiedad nunca fue un problema para ella, supongo que la ley de la gravedad, el tiempo y las pintas que nos fuimos haciendo al vivir a veces si se deben cargar.

Un saludo y gracias por venir

El R dijo...

Querida LaClau, se escriben con M porque sino tendrían otro significado (seguro!!). En realidad no lo había pensado. Pero me gusta que lo digas.
De las rejas, no lo sé de cierto. Sólo lo supongo. No creo que siempre aparezcan, pero si lo hicieran hay que asegurarnos de estar del mismo lado que el objeto amado, de otra forma acabaremos con un blog escribiendo historias (ja, ja).

Un beso, desde el mismo lado de la realidad

LaClau dijo...

Querido, querido R,
Pues si, espero que las dos palabras con "M" nos encuentren del mismo lado de nuestro ser amado cuando decidan aparecer, porque eso de bloggear hasta el fin de los tiempos puede tener sus desventajas" (jajajaja).
un beso.