miércoles, 12 de marzo de 2008

La mesa de las sombras

Uno
Cuando la tarde caía su instinto les convocaba a encontrarse. Ya sabes, es como si a través de una regla oculta, de un código no dicho, uno supiera que ahí estarían los cuatro. Cómo habían llegado a desarrollar ese código, en realidad no lo sabía. Fue sucediendo de la manera en la que ocurren las cosas simples de todos los días que después se vuelven complicadas de explicar.
Al cruzar la plaza para llegar al café que los albergaba como una plaga urbana, la adrenalina se desataba. Intuitivamente sabíamos por separado que algo ocurriría, alguien propondría y amorosamente era una convocatoria para continuar nuestra complicidad.
La mesa del café que daba a la plaza, bajo la sombra de los ancestrales árboles coloniales, aunque posiblemente anteriores a ella, era el escenario de un encuentro que nunca se sabría hacía dónde los conduciría. No es que no supieran hacía dónde querían ir cada uno. Claro que lo sabían. No sabían las aventuras en las que se enfrascarían colectivamente, porque claro, había que poner en tensión la soga. Había que llevar al límite las excusas. Había que descubrir el mundo con los ojos propios y no en la piel ajena. Tenían la certeza que el mundo, los mundos, no eran los que habían aprendido y en los que se sentían tan incómodos.
Fueron tardes como cualquiera, en la que alrededor de esa mesa los cuatro se multiplicaron y pasaron a ser más. Fue la mesa de los debates acerca del amor, la muerte y las inolvidables mujeres.
Fue la mesa en la que sin quererlo, construimos una larga lista de complicidades que supongo que aún nos duelen, ¿o no?

Dos
Sin decirlo, se decidió el lugar para nuestras reuniones consuetudinarias sólo asistiendo al encuentro, después del periplo que nos enfrascó en varios años de una vida azarosa. Bueno, supongo que ese es el peligro de creer en lo que uno piensa, al menos a veces.
Una tarde, después de varias botellas de Tanat Roble, Antonio se levantó para decir que el amor era para las mascotas, para los hombres era la pasión. Recordarlo, siempre fue triste, aunque igualmente tentador.
No sólo la pasión, o la interpretación que de ella hacían, se convertiría en el eje de las complicidades que llevaban a cabo, se volvió un estilo de vida o un estilo de muerte. También la ligereza y la insignificancia en la levedad eran parte de un juego que acabaría por extinguirlos. Con Calvino y Kundera, con Kundera y Calvino, entonces no había otra forma de intentar existir.

Tres
¿Quién te recordará? ¿Quién se acordará de nosotros? ¿Por qué lo harían? Esas preguntas se habían discutido aquella tarde en la mesa del café, antes de decidir viajar al mar. No encontramos entonces una respuesta, ésta llegó sola cuando el auto patinó por la autopista.
El reporte del servicio forense identificó cuatro cuerpos. La causa del accidente fue imputada al conductor. Nunca nos satisfizo el dictamen. Aún hoy, al reunirnos en la mesa de aquel café, discutimos y nos reímos, los cuatro estuvimos de acuerdo…en irnos al mismo tiempo.

6 comentarios:

mArXelLa dijo...

Seguramente es la sensibilidad del día de hoy, la historia que hoy escribes me deja un extraño sabor en la piel, es como si las sombras se mantuvieran no sólo en la mesa del café, no sólo a lado del cenicero, sino en esto también. Uno nunca sabe a donde nos conducen los encuentros,a veces una piedra en el camino nos impide llegar al destino final. La soga se tensa mucho, lo siento claramente, es como el inevitable tráfico de la ciudad. En otro momento compartiría lo que dice Antonio, pero ahora no lo sé. Con mucho más que decir acerca de hoy, pero con pocas letras para explicarlo, sin excusas en los labios y con cara de circunstancia te mando un beso desde el fondo de mi corazón.

El R dijo...

Mi querida Marx, como dice el clásico de José Alfredo: "una piedra en el camino, me enseñó que mi destino..." En fin. Sin circunstancia en la cara, yo te mando dos de retache, desde el belly-bottom of my heart.

LaClau dijo...

Nada como ser un mal tercio ¿verdad? Pues bueno, entre las Historias de Amores Difíciles y Ridículos no se dónde ubicarme. Las complicidades en torno a las mesas de café, y a los cafés como pretextos de encuentros, desencuentros, acusaciones, desvelos, sueños, tristezas, esperanzas y golpes de realidad.
Ojalá que en la vida pudiésemos verdaderamente decidir cuándo irnos, ¿Cómo le haces R?
Un beso.

El R dijo...

Mi querida Lc, nunca eres un mal tercio. ¿De dónde demonios sacas eso? Acerca de las partidas, sólo se requiere un poco de circunstancia, nada más que eso. ¿Cuántas veces nos hemos ido? ¿Cuántas más nos faltarían? No lo sé. Pero esa mesa de café la conoces tú. Ahí has estado.

Besos

Hela Freyja dijo...

Excelente!!!!

Hela Freyja dijo...

Por cierto, no sólo "me parece bien" que agregues mi blog a tus links, sino que me siento privilegiada...

Un abrazo!