lunes, 3 de mayo de 2010

La huella de la gelatina

A veces por la mañana era como estar en medio de ningún lado. Así pasaba a veces, una mezcla extraña entre sentir un vacío y sentir una ligera opresión que se alojaba justo ahí en su recuerdo. Pero ya comenzaba a acostumbrarse, lo mismo sucedía con asombrosa precisión cada vez que la veía, la recordaba o ella huía por las razones que fueran. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que la sentía como un vacío? No sabía, quizá un instante o no. Pero esa era su huella en él.

Un pequeño camión con música que anunciaba gelatinas se atravesó en sus cavilaciones. No ha existido un recuerdo más claro de ella que ese camión de gelatinas. ¿Hace cuánto dejó de pasar el camión que vendía gelatinas enfrente de él? No sabía, pero seguro que sólo existió en su vida una fracción cautivante de su infancia.

Era extraño como se podían mezclar los recuerdos para inventar una plástica memorística más cercana a la gimnasia que a la colección de hechos que lo definían ahora, y que hacían que en la mayor parte de las fotografías en las que él aparecía después de ella, siempre aparecía con una sonrisa lenta, a punto de borrarse. El camión de gelatinas que recorría las calles de la ciudad anunciándose con una música insistentemente circense y apocalípticamente feliz, siempre se detenía. Y se podía omitir, no, se podía perdonar el mal gusto de su anunciada llegada cuando se abría la pequeña puerta lateral. Al ocurrir eso, salían mágicamente las mezclas de aromas más locas que uno pudiera imaginar y no había más, había que acercarse para llenarse de ese espectáculo, para bañarse y contagiarse de eso que fuera. Nunca recordó la desazón cuando se iba el camión que vendía las gelatinas, sólo recordaba su aparición.

Nunca se preguntó por la ruta del camión de gelatinas y tampoco intentó nunca seguirlo para descubrir el misterio de su aparición. Sólo lo esperaba, como algo irremediable. Como algo que ocurriría de verdad, aunque no fuera cierto más que en él. Así era ella aquellos días, iba y venía, iba y venía. Ya sonaría el móvil, ya aparecería un mensaje suyo, ya volvería a dejar su huella de gelatina. Aunque esta vez quería descubrir sus misterios y dejar atrás la mezcla de vacío y opresión en su recuerdo a la vez.

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