domingo, 9 de mayo de 2010

El sweater gris

La verdad es que lo de él no era citar los aforismos o proverbios. Siempre se confundía, y lo peor de todo es que a pesar de saberse un poco incompetente se llenaba de una irresponsable falta de conciencia para proferirlos a la primera provocación. Por ejemplo el asunto de la tal “primera piedra”. Ya no sabía bien a bien si la máxima implicaba que aquellos libres de recuerdos aventaban piedras o si la cosa se trataba de que los que creyeran que no tenían pecados lo hicieran, pero en este último caso ¿cómo habrían de tener pecados si se la pasaban perdiendo el tiempo aventando piedras? Caramba, si ya vivir es lo suficientemente confuso y difícil, eso de andar catalogando los actos como pecados es casi incómodo y puede ser autocomplaciente, pero además agarrarse a pedradas es el colmo. Como sea, el caso es que lo suyo no era la cita textual de los dichos públicos, a veces voluntariamente los cambiaba y otras sólo de forma involuntaria. En todo caso sólo era un síntoma de una memoria que le protegía amorosamente y le cuidaba.

Aunque le parecía un misterio fascinante entender por qué la gente solía recordar cosas distintas a pesar de haber compartido una misma historia o simplemente haber coincidido en un mismo momento o lugar, le intrigaban aún más las posibilidades que los recuerdos asimétricos podían hacer. Era como haber estado y no al mismo tiempo como ejecutante y como público de la trama ¿Por qué no te acuerdas de nada a veces? ¿Se vive mejor así?

Esa primavera era particularmente calurosa y quizá uno de sus efectos era provocar una reacción cerebral en la que el sobresalto de los recuerdos permitía atenuar el duro golpe del calor con la sombra del recuerdo. Ya sabes, como apagar el fuego con el fuego mismo. De todas las que recordaba, esa era una de las pocas ocasiones en las que, gracias tráfico de la ciudad, había llegado anticipadamente a una cita. Y mientras esperaba bebiendo una cerveza inició un periplo por los caminos de los aforismos hasta que la vio acercarse. Se aproximaba con una sonrisa escandalosamente radiante, ligera, casi reprochable. De esas sonrisas que anuncian la inminencia del desastre, cuando uno entiende que no hay defensa, que ya era tarde para no ver, no estar o continuar circunnavegando en los límites.

Y como pasa cuando los viajeros se encuentran después de largas jornadas y de haber coincidido en el camino, cruzaron de golpe al pasado de alguna forma, apretando algún botón invisible que él nunca ha tenido o con un conjuro oculto atrás de los gerundios que usó ella, escondidos en su sonrisa o cerca del mesero que permanecía solícito en las proximidades. Y hasta ese momento, el del salto que esa sonriente viajera le regaló, comenzó a comprender que los recuerdos se hacen con los que uno forma, pero también con los que los demás le prestan a uno. El choque no fue menor, el orden del recuerdo siempre lo había creído de atrás hacia adelante, del pasado al presente y de ahí hacía el futuro. Pero la invitación que le hacía ella y su ligereza para reír desordenaba todo ¿Y si también se podían llenar los recuerdos al revés?

-¿No te acuerdas que estuvimos muy cerca de niños? –Preguntó ella con una destructiva sonrisa que seguramente nunca le ha negado nada.

Y aunque lo que la elegancia dictaba retumbaba en la cabeza de él – di que sí, di que sí, di que sí. La imagen de su sonrisa se escuchaba como los Beatles en I’m looking through you, nunca más útil al verla reír:

I´m looking through you, where did you go? I thought I knew you, what did I know? You don’t look different but you have changed. I´m looking through you, you’re not the same!

- La verdad, vagamente – Pensaba que no hubiera podido olvidar su sonrisa y que no guardaba detalle del balance de su rostro. ¿Qué tan cerca habían estado? No recordaba su cintura, no recordaba que lo hacía reír, no recordaba sus besos, no recordaba sus manos acariciando su rostro ¿Qué tan cerca estaba el recuerdo de ella de ser cierto? ¿Qué tan cerca ella de él?

- ¿En verdad no te acuerdas? – Preguntaba buscando el flotador en el naufragio de la memoria ajena.

Su propia sonrisa lo delató, el recuerdo de la adolescencia irrumpía impúdicamente – Maldito calor traicionero

-Bueno, sí. Te recuerdo ¿No usabas un sweater gris con el cuello alto? Pudo sonar a broma, pero él en verdad buscaba rápidamente en la desprolija caja de cosas al interior de la cabeza una reliquia indudable que uniera el pasado y el presente.

-¡Claro! Mi sweater gris – Dijo aliviada, aunque el alivio en verdad que fue mutuo ¿Así que en verdad era gris?

- Seguro te acuerdas porque es el mismo sweater que usé el día que nos tomaron la foto del cole, cuando nos graduábamos. Esa de la que todos tenemos una copia.

En realidad no tuve corazón para decirle que la foto la perdí hace años, en alguno de los centésimos cambios de casa que tuve. Y que el problema de viajar ligero es que a veces no se extraña la añoranza. Salvo en un caso que afortunadamente no fue tema de conversación.

Llegó la noche y durante el resto de la velada reímos aliviados de lo que pudo ser un desastre memorístico digno del olvido.

Al llegar el momento de irse, mientras ella se adelantaba a pedir su camioneta. La vio detenidamente, como cuando inconfesablemente en la adolescencia él la vio por última vez con su sweater gris y pensaba que sería lindo besar a esa chica que usaba un sweater en plena época de calor. Y nunca más supo de ella después. Como impulsado por un resorte, viajó en el tiempo para alcanzarla antes de subir a su camioneta, ella se acercó y él entonces comenzó a formarse un recuerdo de su cintura, del balance de su rostro, del sabor de sus labios, de su mano acariciando su rostro.

Quién sabe, si el aforismo implica que aquellos libres de recuerdos arrojen la primera piedra. Él ya tendría una menos que aventar, o por lo menos, no tendría que hacerlo entre los primeros.



lunes, 3 de mayo de 2010

La huella de la gelatina

A veces por la mañana era como estar en medio de ningún lado. Así pasaba a veces, una mezcla extraña entre sentir un vacío y sentir una ligera opresión que se alojaba justo ahí en su recuerdo. Pero ya comenzaba a acostumbrarse, lo mismo sucedía con asombrosa precisión cada vez que la veía, la recordaba o ella huía por las razones que fueran. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que la sentía como un vacío? No sabía, quizá un instante o no. Pero esa era su huella en él.

Un pequeño camión con música que anunciaba gelatinas se atravesó en sus cavilaciones. No ha existido un recuerdo más claro de ella que ese camión de gelatinas. ¿Hace cuánto dejó de pasar el camión que vendía gelatinas enfrente de él? No sabía, pero seguro que sólo existió en su vida una fracción cautivante de su infancia.

Era extraño como se podían mezclar los recuerdos para inventar una plástica memorística más cercana a la gimnasia que a la colección de hechos que lo definían ahora, y que hacían que en la mayor parte de las fotografías en las que él aparecía después de ella, siempre aparecía con una sonrisa lenta, a punto de borrarse. El camión de gelatinas que recorría las calles de la ciudad anunciándose con una música insistentemente circense y apocalípticamente feliz, siempre se detenía. Y se podía omitir, no, se podía perdonar el mal gusto de su anunciada llegada cuando se abría la pequeña puerta lateral. Al ocurrir eso, salían mágicamente las mezclas de aromas más locas que uno pudiera imaginar y no había más, había que acercarse para llenarse de ese espectáculo, para bañarse y contagiarse de eso que fuera. Nunca recordó la desazón cuando se iba el camión que vendía las gelatinas, sólo recordaba su aparición.

Nunca se preguntó por la ruta del camión de gelatinas y tampoco intentó nunca seguirlo para descubrir el misterio de su aparición. Sólo lo esperaba, como algo irremediable. Como algo que ocurriría de verdad, aunque no fuera cierto más que en él. Así era ella aquellos días, iba y venía, iba y venía. Ya sonaría el móvil, ya aparecería un mensaje suyo, ya volvería a dejar su huella de gelatina. Aunque esta vez quería descubrir sus misterios y dejar atrás la mezcla de vacío y opresión en su recuerdo a la vez.