jueves, 31 de enero de 2008

A pesar de uno mismo...

No siempre fue igual, bueno eso era lo que él podía recordar. Lo malo de hablar con uno mismo es que a veces uno habla, habla y habla, y lo hace también en voz alta. La gente lo mira a uno y ni modo. Hay que poner cara de idiota, sólo para que la gente se sienta segura y no se baje de la banqueta cuando la ansiedad lo alcanza a uno a mitad de la calle. O bien, cuando estás cerca de gente conocida, sólo para que no surja en ellos un sentimiento compasivo que diga "Míralo, pobre. Es que no tiene con quien hablar".

En realidad hablar con uno mismo no parece o no suena del todo extraño. Más bien, cuántas equivocaciones, sinsabores y metidas de pata se ahorraría la gente si pudiera escucharse de vez en cuando. Quizá lo que si pudiera resultar un poquito extraño es discutir con uno mismo.

La primera vez que le pasó, es decir, que se puso a discutir él sólo, fue cuando cruzaba la plaza Hidalgo en Coyoacán justo el día en que le correspondía depositar sus documentos para el trámite del Servicio Militar. Después de un viaje infamante en el transporte público desde su casa, en la periferia de la Ciudad de México, llegó maltrecho y apremiado a la Plaza Hidalgo.

Durante varios días había practicado las excusas que presentaría en el Centro de Reclutamiento del Ejército Mexicano. Con un poco de imaginación había previsto presentar el caso de su exclusión debido a que tenía pie plano. Después de varias semanas, logró que el arco de su pie se pusiera planito, bueno, al menos eso era lo que él creía porque el dolor en los pies no era poca cosa. Lo cual le costó sesiones inagotables de caminatas descalzo. Al cabo que el fin justificaba los medios, y después, ya habría tiempo suficiente para que el ortopedista arreglara lo que tuviera que arreglar. El caso era, en su momento, no hacer el servicio militar.

¿Cómo hacer el servicio militar si ninguno de sus amigos lo había hecho? Aunque en realidad ninguno había sido excusado de hacerlo. Pasaba sólo que eran sorteados y cuando decían su número, al cierre del período de registro, todos habían obtenido una bola blanca en el sorteo.

Con un poco de suerte y en el ejército creerían su historia del pie plano. Esa era la opción que le parecía más verosimil. Durante varios meses ya había considerado otras posibles opciones como ser objetor de conciencia. Aunque esta opción fue rápidamente desechada porque no entendía bien a sus 18 años qué implicaba ser un objetor de conciencia y tenía poco tiempo para resolver su historia. Imaginaba que tendría que ingresar como Hare-Krishna y para el caso hubiera sido lo mismo, tendría que rapar su cabello. Pues nada, también había considerado presentarse respirando con dificultad y teatralizar diciendo que lo suyo era una insuficiencia del corazón, sí ya sabes, como cuando te enamoras, el corazón te late a varios miles por hora y no puedes respirar. Pero también estaba seguro que los exámenes médicos revelarían la verdad, sí a lo mejor su corazón era demasiado pequeño para tanto amor, pero no para dejar de hacer el servicio militar. ¡Qué cosa!

Cruzó la Plaza Hidalgo caminando con un poco de dificultad. El dolor en los pies le recordó que traía puestos lo zapatos.

"Y si por ponerme los zapatos el arco de los pies recuperaba algo de su forma"
"Y si por ponerme los zapatos tengo que hacer el servicio militar"
"Pero qué animal soy, no me los debí poner. Debí estar más atento"

Ya era demasiado tarde. Había dado la vuelta a la izquierda y estaba frente al gimnasio de Coyoacán. Lugar que empleaba el Ejército como centro temporal de reclutamiento para el Servicio Militar.

En la fila de otros como él, unos más altos, otros más bajitos, otros más anchos, había un aire de excitación. Los más con cara de espanto, los menos con cara de ansiedad. Unos estando ahí sin querer estarlo y otros, en realidad no lo sé, pero indescifrables.

El cabello cubría mis ojos y se acomodaba caóticamente por todos lados. Llegó mi turno...

- ¡ Número 18141 ¡
- Sí señor
- ¿Trae completos sus documentos?
- Sí señor. Aquí está la solicitud requisitada, el acta de nacimiento, las fotografías...

El oficial sin rostro que recibía los papeles los inspeccionaba y me veía con ojos de scanner...Pedraza, creo que se apellidaba Pedraza. Y no es broma, pero en verdad parecía una pedraza.

- Aquí dice que tiene usted el pie plano.
- Sí señor
- ¿Sabe usted que eso lo limita para hacer el servicio militar?
- No señor. No lo sabía. Pero como en el forma dice que anotemos cualquier tipo información médica...
- Pase al servicio médico para una revisión...

En esas estaba cuando irrumpió el soliloquio.
"Te lo dije, no te creyó. Vas a pasar al servicio médico y ahora te van a hacer que hagas doble servicio militar"
"No, creo que es algo rutinario. Todos los que marcan una opción médica debe pasar a revisión"
"No. Seguro que no. Vas a entrar a que te hagan el estudio médico y al descubrirte un policía militar te conducirá a los separos para después notificarte que te quedarás ahí durante el año que te corresponde..."

- ¡18141!
- Sí señor
- Quítese la ropa

Yo miraba el gimnasio y me preguntaba si todo eso era cierto. El pasillo era largo y en la fila que entraría al servicio médico sólo había otros cinco que ya comenzaban a encuerarse.

- ¿Me tengo que quitar la ropa aquí señor?
- Ppsi. Así no se pierde tiempo en la enfermería.

Al entrar al improvisado consultorio con la ropa en la mano, tratando de cubrirme, pensé que hubiera sido mejor no haber marcado la opción de pie plano en el formato...

"Te van a descubrir. Ya verás"
"No, no me van a descubrir. Ya cállate"

- ¿18141? Preguntó una voz un poco más afable que la del hombre que recibió mis documentos.
- Sí señor
- Aquí dice que usted tiene el pie plano
- Sí señor
- Eso lo veremos en un momento. Lo he observado y me llama la atención que usted habla solo. ¿Le había pasado eso antes a usted?
- Pues algunas veces
- ¿Desde cuándo?
- Pues no tiene mucho, ¿por qué? ¿es grave?
- En realidad no lo sé. Pero creo que es parte de su teatro para no cumplir con su obligación patriótica.
- No señor. De verdad que si hablo solo de vez en cuando...
- Su cabello es largo, eso me dice que las fotografías que se tomó o tienen un retoque o las tomó hace mucho. Casi creo que no tiene el pie plano y mucho menos que hable solo. Usted lo que no quiere es hacer el Servicio Militar.

Las rodillas me temblaban. El hombre tenía razón, salvo porque en verdad de vez en cuando hablaba solo. Lo demás, sólo sucedió. Todos lo fines de semana tuve que presentarme en la Guardia Presidencial por un año...allí también hablaba conmigo.

miércoles, 30 de enero de 2008

Digresión sobre el tiempo

De un instante a otro instante. De uno a otro. Incesante.
Siempre periférico, siempre circular.
Con la marca de un principio y la certeza de un final.

De un instante a otro instante. De uno a otro. Incesante.
Siempre queriendo tenerlo,
para evitar ser mortal.

Siempre deseando tenerlo,
para poder recordar.

De un instante a otro instante. De uno a otro. Incesante.
Puedo medirlo contigo,
¿tú te atreves a mirar?

Puedo gastarlo contigo,
aunque se vaya a acabar.

El reloj de la mirada. Parte 1

Todo comenzó como cualquier historia. La pesadez de las mañanas hacía que la sorpresa del despertar fuese menos eufórica que la del común de la gente. O bueno, al menos eso era lo que él creía. Tenía la impresión que la ley de la gravedad atentaba en contra suya. Que su caso, de excepción, no era otra cosa más que la confirmación de la existencia de la tal gravedad que aplicaba a los demás, con monotonía, con vulgaridad.
¿9.81 metros sobre segundo al cuadrado? Quién podría creer que en verdad esa fuera la fuerza de atracción de la tierra sobre un cuerpo. Para él no. Para él la horizontalidad de la cama y el enorme esfuerzo que requería la incorporación matutina le hacía pensar que cargaba un elefante o dos. O más bien como en la rima infantil, en la que un gordo elefante gandalla, siempre va a llamar más gordos elefantes igualmente gandallas para aplastar lo que estuviera debajo de sus más gordos traseros. ¿9.81 metros sobre segundo al cuadrado? Por supuesto que no, al menos el doble era lo correcto para él.
Sonaba el teléfono y una descarga repentina le alcanzaba. No era el sonido del teléfono lo que lo avivaba, lo que le hacía salir de la vigilia, era lo que pasaba después. Era saber que ella estaba al otro lado, que una vocecilla normalmente dulce cambiaba su tono para hacerse aún más dulce, más abrazadora, más cómplice de la mañana.
Su voz disipaba a los gordos elefantes complotistas que cargaba con la pesadez de su ensoñación.
- ¡¡Te quiero cosa!!
¿Cómo podía ser tan dulce tan temprano? ¿Qué desayunaba que la hacía tan vivaracha y energizada? Seguro que ella si se comía todas las verduras que le recomendaba la dieta materna desde su más corta edad...No, no. A lo mejor era el yoga. No, a lo mejor ella era insomne. Mis antípodas con insomnio.
- ¡Mta! si yo me hubiera comido el brócoli, a lo mejor, a lo mejor despertaría con ganas de despertar. Ja, ja. Por dios no. Las mañanas tienen un efecto raro en mí. El brócoli en ninguna de sus presentaciones es algo que debiera comerse más que en penitencia...
- ¡Cosa te quiero! ¿Estás ahí o ya te quedaste dormido otra vez? ¡¡Cosa, cosa, cosa!!
- Aquí amor. Es que me quedé pensando debajo del edredón...
- Y yo sólo te quiero decir que te amo y que tenías razón
- ¿Que yo tenía razón? (Qué, acaso dije algo mientras dormitaba. Acaso hablé dormido y dije algo que pudo sonar convincente y que normalmente no hubiera dicho)
- Sí amor, tienes razón. Lo estuve pensando. Y disculpa que te lo diga pero si vas a estar repitiendo cada palabra que yo pronuncie nos vamos a tardar más y vas a llegar tarde a tu clase.
- Si. ¿En qué tenía razón amor?
- En lo que hablábamos anoche.
La noche anterior ella y él discutían, no, no discutían porque nunca lo hacían. Platicaban, sí eso es más preciso, platicaban acerca del amor y del tiempo. De cómo el amor puede ser sincronía y cómo el tiempo se puede ver afectado por sus interlocutores. Así eran ellos, tan iguales y tan diferentes, tan desigualmente sincrónicos, tan complementariamente extraños. El vino y las ganas de verla siempre, de besarla siempre, de abrazarla siempre, de hacer el amor con ella siempre, en fin, de amarla; hacía que él siempre cayera en sus trampas y acabaran hablando de ellos en los supuestos más extraños como el amor y el tiempo.
- ¿Y yo tenía razón? No es capcioso lo que dices ¿verdad? Porque apenas si puedo abrir los ojos y en este instante voy con lentitud por el mundo.
- No amor. Tenías razón. El tiempo y el amor no se ven se sienten y son construcciones que hacen apasionable la vida. Hacen que un instante en una vida finita pueda ser infinito. Hacen que el tiempo desaparezca y todo con ello cuando la pasión te alcanza...
En realidad nunca tuvo el proposito de construir una definición. De hecho, ni siquiera se había dado cuenta que lo había hecho en algún momento de la noche mientras platicaban abrazados en la cama. Y curiosamente era allí dónde tenían sus más locas ocurrencias y pasiones, como la de hablar acerca del amor y del tiempo. Él sólo pensaba que el tiempo sin besarla era inexplicablemente infinito y reencontrarla era tan efímero.
- Sólo te quería escuchar, despertarte porque te conozco y decirte que te amo. Que creo que tienes razón. Y que más te vale que te levantes porque ya es tarde. Ten un lindo día. Un beso amor.
Colgó el teléfono y se quedó pensando. La lentitud y la rapidez, el amor y su extinción, el dolor y la alegría, la vida y la no-vida. Sólo con ella. Sólo con ella podía decir y escuchar esas cosas. No sabía cómo habían llegado a estar juntos, pero lo estaban. Más bien ella tenía la razón. Hay cosas que sólo se sienten y que, bueno, no tienen claro el propósito. ¿O todo debe tenerlo? Cómo saberlo.
Después de la llamada siempre despertaba. Y siempre le quedaba la sensación de necesitar más tiempo con ella. ¿A qué hora se había ido anoche? No lo sabía. ¿O fue en la mañana?
El duchazo de agua caliente le devolvía lentamente el sentido de los sinsentidos. Siempre era mejor salir a la calle a una hora prudente. Y es que claro, el tiempo también puede ser impertinente. Una taza de café en la tradicional barra que estaba en la esquina de su casa y de la que formaba parte intemporalmente, era una fracción del recorrido que le daba tiempo para irse acoplando, con parsimonia, al mundo que a veces giraba más rápidamente o a veces con una gran lentitud.
En la terraza del pequeño café del que era asiduo y en el que acostumbraba un pequeño cortado doble antes de ir a su clase, se daba tiempo para pensar y reencontrar su lugar en el mundo. Como si cada noche se desprendíese de él y tuviera que volver a negociar cada mañana el papel que podría interpretar, las preguntas que podría preguntar, las historias que podría imaginar y se descubrió con una sonrisa al pensar cómo había conocido tiempo atrás a la mujer de las llamadas que lo devolvían al mundo por las mañanas.
Al recordarla el tiempo se detenía. Se acordaba que después haber participado en un seminario, en el que al final de cuentas se trataba el tiempo, creyó haberla visto entre los asistentes pero no estaba seguro. Fue después, mucho después, cerca de su cumpleaños que la volvió a ver y entonces tuvo la certeza de reconocer su rostro. De recordar una mirada profunda. Esas miradas que todo lo derrumban y que todo lo preguntan. De las miradas que tienen prisa. De esas miradas peligrosas que sin avisar sólo anuncian su llegada deteniendo el tiempo, midiendo el tiempo con cada pestañeo en un incesante andar y parar, andar y parar, andar y parar. Como si el tiempo le perteneciera a sus ojos y lo pudieran anticipar. Nunca antes y nunca después, sus ojos medían el tiempo con delicadeza, con exactitud.
A través de sus ojos pudo descubrir la belleza del tiempo y, sin darse cuenta, renunciar a su creencia más sagrada sólo por escucharla. Que al que madruga dios lo arruga. Sus ojos decían que era cierto...
- Mmm! El tiempo apremia...se me hizo tarde.
Pagó el café a toda prisa y partió a su clase. Ella se lo había dicho, un instante podía ser infinito.
Ella tenía la razón y creo que la noche anterior la que lo dijo fue ella. Ahora que desperté totalmente recuerdo que durante la noche, mientras charlábamos, yo sólo estaba atento a sentir cómo medía el tiempo con su mirada. Yo sólo estaba al pendiente del momento en el que tendría que reinventarme al despertar. Pero intuía que ella estaría allí ... con el reloj de su mirada.

sábado, 26 de enero de 2008

Todas las mañanas del mundo

Todas las mañanas tienen un sabor muy parecido. ¿Y cómo no habrían de tenerlo? A ciertas horas del día, pocas cosas pueden superar el seductor aroma del café recién molido y convertido en una tasa de expresso.

Todas las mañanas, antes de entrar en ese enloquecedor ritmo urbano que obliga a correr y tener prisa siempre sin saber por qué, pero que todo lo invade y siempre se extraña cuando no se tiene cerca, beber el expresso le daba sentido al amanecer, al tiempo. Después de lo cual la vida era de una iracunda precisión, bañarse-correr vestirse-correr conducir-correr correr-correr...

En el trayecto de su casa a su trabajo siempre transitaba por un mismo cruce. El semáforo que controla el tráfico vehicular siempre le indicaba detenerse. Al menos así había sido durante los últimos cinco años. Era curioso, hasta ese momento lo había pensado. El día comenzaba al moler un poco de café y prepararlo, al beber una tasa de expresso y pensar en nada, al salir al día para ir a su trabajo y detenerse en el mismo crucero debido a la luz del semáforo.

En ese crucero comenzaba a percibir la diversidad de las personas del día. Cruzaban frente a él, personas altas, bajitas, morenas, de piel clara, hombres, mujeres, niños, niñas, estudiantes, oficinistas, calvos, mujeres hermosas, mujeres feas, hombres adustos, personas hablando, personas calladas, ausentes, decididos, bien dormidos, mal dormidos, mentirosos, vituosos, católicos, protestantes, ateos, decentes, indecentes, amorosos, desgraciados, ingenuos, optimistas, delincuentes, avesados, con preguntas, con respuestas, frígidas, ninfómanas, concupiscentes... vaya uno a saber, una lista infinita para una modesta luz roja.

Entre todos los personajes del crucero, el paisaje se completa todos los días con la presencia de un hombrecillo al que ha visto durante los últimos años. Lisiado de la pierna izquierda, siempre utiliza un bastón, que hace que su estatura pequeña no pase desapercibida. Camina entre los autos con una pequeña alcancía repetiendo en cada ventanilla "...desea donar para niños con parálisis..." La voz que utiliza es un poco ahogada, pero aguda, es como la de un anunciador. Casi, casi, parece una canción, desafinada, desganada.

Cuando llego al semáforo, sé que es inevitable encontrarlo. Y cuando llego, siempre me pregunto cuánto tardará en llegar a mi auto con su anuncio. Al principio, cuando nos encontramos por primera vez y me preguntó, me sentí incómodo. Pensé que el resto de los conductores estarían observando mi respuesta. En realidad, la sensación era un poco estúpida, a nadie le importaba lo que le dijera. Pero también recuerdo que fue la primea vez que le dije que no.

Años después ha creído que el ritual de las mañanas consiste en levantarse-moler café-ducharse-conducir a la oficina para encontrarse en el semáforo con el hombrecillo del bastón. Siempre se ha preguntado si después de tantos años, de tantos no, el hombrecillo lo reconocerá, evitará acercarse al auto y podrá ver sus ojos detrás de los lentes para el sol. No lo sabe. Es la escena de todas las mañanas. En realidad, cree que es más probable que el hombrecillo controle el semáforo para preguntarle todas las mañanas...

viernes, 25 de enero de 2008

Las palabras y las letras...

Hoy te busqué para decir te amo.
Después de lo que dijiste antes de salir por esa puerta, me di cuenta que te habías llevado mis palabras y mis letras.
Hoy me busqué para asomarme a mi tristeza.
Pero no pude, me faltaban las palabras y las letras.

Tres tristes tigres...

La verdad es que con tu pregunta me transportaste en el tiempo a aquellas épocas en las que soñaba con no ser yo y prefería ser otra persona o un animal. Sí, ya sabes, cuando ante la presencia de un acto o circunstancia inesperada uno decía "esto no me puede estar pasando a mí" o qué tal aquél "sólo a mí me pasan estas cosas". Mucho antes de ver las series animadas con humanoides felinos en el espacio, yo entonces había elegido al tigre de bengala como un modelo de animal en el que me podría "transformificar" (parafraseando a Calvin, el de la historieta). Un claro signo de negación o evasión dirían los especialistas de la salud mental.

Como quiera que sea, todo esto viene a cuento porque cuando decidiste lanzar tu pregunta: "¿con qué animal te identificas?" Mi respuesta fue casi en automático: "pues con un tigre". Claro, como el apéndice o las muelas del juicio, esa respuesta tenía que ver con mis propios vestigios prehistóricos. Sin embargo, una versión más contemporánea, cosmopolita y madura de mi respuesta sería: "pues con un tigre". La razón, como dirías tú, por su tash!

Cuando te lo dije, no sabía el papel que tendría esa respuesta en mi vida. Al estar escuchando un disco de los Who, una frase de la canción se quedó circulando en mi Innernet (Sí. No me equivoqué, no me veas así, no es un error, así lo quise escribir):
"No one knows what is like...
To be the bad man...
To be the sad man...
Behind blue eyes
No one knows what is like...
To be hated...
To be faded...
To telling lies..."

En esas estaba, cuando descubrí que ya no habría más tiempo para decirte que te amaba. Para besarte. Para encontrarte. Para esperarte. Para que lo primero que escuchara en el día fuera tu voz y también lo último.

Mientras escuchaba tu lejanía, sólo podía pensar que los tigres no lloraban, no lloraban, no lloraban, no lloraban. Pero sí. Y que tenían muchas manchas en la piel, marcas en la piel, trazos en la piel, que el tash de los tigres de bengala tenía que ver con los diseños de su piel.

¿Sabías tú que en algunas culturas asíaticas el origen del mundo está relacionado con los tigres? ¿Y que las marcas de su piel se atribuye a eso?

Es extraño cómo pueden pensar eso. Todos sabemos que las marcas de los tigres son por amor...son de dolor.

jueves, 24 de enero de 2008

Un cigarrillo y nada más

Hoy encendí un cigarrillo y te pensé. ¿Por qué si fue hace tanto tiempo que nos dejamos de ver te recordé? Tú entraste de prisa a la habitación sonriendo, pisaste mi zapato al juguetear. Ví tus ojos y te dije te amo. Viste los míos y me dijiste te amo. Sonreíste de nuevo y saliste corriendo.

Yo fumaba cigarrillos normales, tú los fumabas ligeros. Yo de tabaco obscuro, tú mentolados obscenos.

Hoy encendí un cigarrillo y te pensé. ¿Por qué si fue hace tanto te recordé?

miércoles, 23 de enero de 2008

Yo no sé a ustedes, pero a mí...

Hoy por mi cabeza han pasado varias cosas. Todas ellas tienen que ver con descubrir cosas extrañas. Bueno, en realidad no sé si extrañas, pero en todo caso de ese pequeño conjunto de ideas que aunque resulten sin sentido permanecen en la cabeza ocupando un poco del espacio RAM por largo rato (ay!, la obsesiones).

Pues nada, heme aquí a mitad del tráfico y como descubrí que no traía un disco compacto decente (al más puro estilo de Alice in Chains, los exquisitos Velvet Underground, los soberbios Rolling Stones, o ya de perdida REM), pues nada puse la radio, subí la ventana y me resigné a estar conmigo mismo, aunque la mera verdad hubiera preferido otra compañía menos brusca, más risueña, en fin. Una pantera hubiera estado bien.

Pues como sea, resulta que a mitad del tráfico se me ocurrió poner la radio. En realidad no recuerdo cuál, pero era una estación que sólo transmitía música en espaÑol (se resalta la Ñ por obvio chauvinismo hispano parlante). Todas la rolitas tenían que ver con el amor, las despedidas, los encuentros, la bienvenidas, las falditas cortas y así (Sabina, se te extraña, believe it!).

Para darles una idea del recorrido antropológico por el radio, cito algunos fragmentitos que escuche iterativamente durante casi dos horas:

"...estoy tratando de encontrar esas palabras que describan lo que pasa en mi interior, es como una habitación desordenada, como un 11 de septiembre en nueva york...como vivir en una casa sin ventanas..." (A mí se me hace que el compositor se inspiró en mi estudio, no tengo duda)

"...y entre las llamadas busqué, tu mensaje oculto encontré...dime que me crees, dime que me crees. Dime qué sientes cuándo me ves, cuando me voy, cuando no estoy. Dime ven, ven. Dime. Dime otra vez nunca te olvidé. Dime que quieres volverme a ver..."

"La noche se disuelve, recobra su color. Las sombras desvanecerán, en sueño y en sudor. Y el sol irá saliendo en la ciudad, los autos se delizan y se van...y por favor olvídame, igual que hoy...igual que ayer..."

"Tú, coleccionista de canciones, dame razones para vivir. Tú, la dueña de mis sueños, quédate en ellos y hazme sentir. Y así en tu misterio poder descubrir el sentimiento eterno. Tú con la luna en la cabeza. El lugar en donde empieza el motivo y la ilusión de mi existir. Tan sólo tú. Solamente quiero que seas tú, mi locura, mi tranquilidad y mi delirio..."

Y basta! (Es por tí que mi alma siente diferente. Lo siento, esa frasecilla si me gustó y se me olvídó entrecomillarla)

Bueno, pues nada. Mientras me recitaba la cartelera radiofónica sin cortes comerciales. Pensaba, ¿cuál es la imagen musical del amor? Sí. Ya sé que esta es una maravillosa e inobjetable oportunidad para que mi principal detractora me arrime tubo. (¿Ven?, no mentí cuando dije que eran cosas rarillas). Esas rolitas suenan diferentes a la Trova Yucateca (Ay! la cerveza león y la cochinita pibil), a Jaime Roos (Ay! la pilser y chivitos uruguayos) et. al. El punto es que ya de por sí el amor tiene sus entuertos para encontrarle sentido (qué paradoja, si el amor sólo se siente, ¿a poco no?). Y entonces yo pensaba cuál es la imagen del amor, porque el espaÑol es una lengua generosa y de imaginación, de dulzura y, bueno, también de canijadas de cuando en cuando.

En esas andaba y de repente me dí cuenta que ya me las había aprendido. Es más, casi quiero saber de quiénes son los discos de algunas de esas operas primas. No sólo me las había aprendido, mi pie, como que las andaba quieriendo bailotear.

En fin. ¿Fue el tráfico, los sticky tunes de las rolitas, me estoy volviendo exactamente qué?

¿Alguien tiene alguna idea de la imagen musical de lo amoroso (Gracias Sabines)? ¿O me tendré que quedar con la versión de Ruidos de Jacques Atali?

No sé. Por lo pronto empiezo a creer que estoy enamorado. No. no lo creo. Estoy seguro hasta las chanclas.

lunes, 21 de enero de 2008

Una mirada inteligente

Si, si, si. Uno se puede encontrar en la internet con cuaquier cosa. Desde lo muy desagradable (y que conste que uno puede ir incrementando el umbral al dolor o la sorpresa) hasta lo indeciblemente sorprendente. Vagabundeando por la internet durante un rato de relajante y estimulante ocio, descubrí un blog que me parece súmamente interesante y provocador: http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/ Las teclas (aunque creo que sonaría mejor si escribiera: la pluma) de Silva-Herzog Márquez han recreado un espacio de amena y respirable lectura y reflexión. En una de esas, hay que echarle un ojillo. Cualquiera que se atreva a reseñar la demanda de algunos grupos feministas para exigir fotografías del trasero de Bertrand Russell como parte de una protesta, merece ser leído con la misma y respetuosa inteligencia que se requiere para sobrevivir en el mundo. Igualmente refrescantes son las páginas de Laclau, Marxella y Verónica Maza. Mmm! Qué envidia, poder escribir con la soltura, liviandad, inteligencia y pasión con la que lo hacen

Es posible que no se compartan las visiones. Pero el ejercicio de una estimulante y bien construida panorámica del mundo, siempre resulta en una deliciosa oportunidad para encontrarse en el planeta, con el amor, con el recuerdo o el imprescindible Punto G.

Yo sólo tengo una pregunta ¿a poco Sarkozy constituye un hito contracultural desde las instituciones? Creo que es excesivo, aunque provocador.

Del amor, las bolsas y otras minucias urbanas

Cuando tomó la llamada telefónica. Se quedó sin habla. El tiempo lo golpeaba como siempre, porque siempre llegaba tarde al recuerdo.

- ¿Estás ahí? ¡Bueno!

Hubiera querido imitar la grabación de su mensaje en el buzón telefónico: "...en este momento no puedo tomar la llamada, pero en cuánto pueda me comunicaré..." Lástima. El tiempo, que para entonces era una fracción infinita, le parecía transcurrir a una gran velocidad. Algo tenía que decir, ¿pero qué?


La noticia del día era el desplome de las bolsas de valores y sólo eso rondaba en su cabeza. Lo único que podía hacer era recordar. No es que tuviera un conocimiento formal sobre las finanzas. En realidad, no. Era su propia experiencia la que le decía que eso no sonaba nada bien. Su mirada al vacío y su silencio lo transportaron varios años atrás.

La noche era fría, pero en realidad no había nada que la vieja cantina "Las Dos Naciones" del centro de la Ciudad de México (otra ciudad, no la de los segundos pisos, sino la de los segundos planos, la de los segundos idos), no pudiése curar. ¿Era cumpleaños de quién, el tuyo? No me acuerdo, pero aquella misma noche era la noche en la que nos enteramos por la boca de Toño que oficialmente estabamos en crisis. Las bolsas de valores del mundo se cayeron y con ellas, las nuestras.

En la casa de Ulloa lo planeamos todo. Juventud y Crisis. En verdad no entiendo cómo o por qué Ulloa, entonces un talentoso editor, nos tenía paciencia. O nosotros parecíamos transmitir lo que nostros creíamos de nosotros mismos entonces (y, claro, la gente se lo creía); o se habría enamorado de alguna compañera, porque claro, entonces todos éramos compañeros.

Un espacio semanal. Un día Toño, un día el Oso, otro el Centella y así cada uno de los que estábamos juntos por alguna razón. Claro, reconozcamos (como tendremos que hacerlo) que algunos, o más bien todos, estábamos convencidos que nuestro principal pegamento emocional y tribal, pero no el único, era la concupiscencia. Al igual que en la militancia.

Por la noche, al salir de la casa de Ulloa, quien acordó abrirnos el espacio del períodico más importante del país para editar una sección semanal. El frío era frío, en verdad. Nos subimos a la carcacha descapotable del Rotoplás porque teníamos una reunión en el partido que recién se formaba como una gran alianza.

La voz adusta de quién años después sería Senador señaló la tardanza.

- ¡Jóvenes, nuevamente tarde! La democracia tiene prisa.

Siempre hablando para la historia. Siempre escribiendo y pensando en las frases que alguien recopilaría en varios volúmenes porque lo suyo, lo verdaderamente suyo era el discurso y la tribuna.

- Miren jóvenes. La cosa es simple. El país está en crisis y esta es una oportunidad para hacer crecer nuestra presencia entre los sectores más desprotegidos. Hay que viajar a Michoacán para apoyar en lo necesario la gira de nuestro candidato através de los comités de jóvenes.
Nos preguntó. ¿Qué paso con su sección editorial?

- Ya la autorizaron licenciado. Respondió Toño con cara de vocero oficial.

-Pues hay que emplear los espacios para señalar, para denunciar, para informar...

- No estoy de acuerdo. Dije con mucha seriedad. El proyecto no es partidista porque no todos los que escribirán tienen que ver con...

No pude acabar con mi rollo. Se levantó y dijo_

- Esto lo discutiremos en mi casa. Los espero en San Jerónimo en dos horas.

En el trayecto a la casa en San Jerónimo, el Safarí del Rotroplás parecía la sala de juicios de Torquemada. La noche era fría, pero yo tenía calor.

- ¡Chale! Los compromisos se deben cumplir. Me decía Toño. ¿Por qué le dijiste que no estabas de acuerdo con publicar algunos artículos que nos sirvieran?

- Pues porque no estoy de acuerdo. Porque no estoy convencido que esa la forma de hacerlo. A Ulloa le dijimos que el perfil editorial no sería partidista.

- Si no te parece la idea, no escribas nada.

Fue cuando Isabel, que iba sentada junto a mí, puso su mano en mi pierna y me pidió callar con un leve movimiento de su cabeza.

El resto de recorrido hasta San Jerónimo, todos hablaban de cualquier cosa para distensar el ambiente, pero no se dirigían a mí. Sólo Isabel me miraba y era la referencia de que yo existía en ese vacío. Desde que Toño se enloqueció, ella nunca quitó su mano de mi pierna.

Al llegar a la casa, nos bajamos y tomé su mano. No hubo mucho qué decir. Entraron todos, menos nosotros. Retiré con la mano una parte de su rubio cabello que caía en la cara, me dijo: estás lejos y, después, sólo rocé sus labios. Me besó.

- Yo tampoco estoy de acuerdo, pero es el único espacio que tendremos para escribir. No discutas demasiado, acordemos entrarle y cuando nos toque hacer un artículo mandémosle a Ulloa lo que nosotros querramos.

En verdad la sensación de una complicidad es inigualable, si sí, es un choque de adrenalina. Es como tener el espíritu de un animal diferente.

En el interior de la suntuosa casa había de todo. Mientras algunos atendían la sesión de doctrina política. Otros nos ocupábamos de minucias mundanas. Yo abría la boca mirando la colección de arte contemporáneo y bebiendo una montilla. El Centella, saqueaba algunas botellas de la cava, en una especie de reivindicación social que después compartiría mientras tocaba su desvencijado piano.

Con el tiempo, muchas de las cosas y de los rostros se olvidan. Se borran y son reacomodados, reorganizados. En realidad no lograba recordar muchos más de aquella noche, pero lo importante es que aquella noche no se le olvidaría. Algo había cambiado aquella noche, suponía que algún quiebre habría ocurrido, no sabía si era que por primera vez aquella noche había abandonado la tribu al menos por un momento y se había enfrentado; no sabía si había sido aquel candoroso beso; no sabía si habían sido los cuadros de Tamayo, la montilla que había bebido o qué. Pero aquella noche se le había grabado en la mente y emergía varios años después con la voz del recuerdo al otro lado del teléfono.

Durante los días subsecuentes, la vida (hasta dónde es posible recordar sin que se vuelva un cuadro cubísta) continuó a la sombra de la generosa e irresponsable arrogancia de la adolescencia. Organizamos las reuniones editoriales de nuestro nuevo espacio y ella estaba ahí. No recuerda si decía algo o nada. Pero ella estaba ahí, siempre a su lado a la hora de discutir, no argumentando, sólo la recuerda sentada a un lado. Honrando un pacto de complicidad que no requería palabras, sabiendo lo que el otro pensaba, adivinando el juego y el movimiento de las piezas en el tablero del ajedrez.

Escribieron. Sí, sin duda. Lo hicieron durante mucho tiempo. Lapso durante el cual permanecieron juntos y se hicieron uno. Fue aquella la época en la que tuvo que abandonar la universidad por la crisis financiera del país y en la que también le entregó el corazón sin pensarlo a su cómplice. En realidad el orden era al revés, primero le entregó el corazón en una cajita que tenía grabado un cometa. Después el desempleo ocasionado por la crisis lo hizo dejar todo.
Dos años después de la primera gran crisis de la bolsa de valores, qué para colmo de males lo había agarrado sin ninguna acción, porque entonces ser prángana no era una condición sino un estilo de vida que después copiarían los modelos de Calvin Klein; en la que habían escrito varios artículos juntos, ella desapareció.

Había decidido dar cobertura periodística en el sureste del país a la emergencia de un movimiento insurgente y no supo más. Buscar, buscar, buscar. Lo único que recordaba con claridad de aquella dolorosa ausencia era que los encabezados de los diarios de la Ciudad decían "Lunes negro de la bolsa".

Para él, era claro que su vida estaba ligada indisolublemente a los altibajos de la bolsa. Perdió siempre a sus más grandes afectos. Primero, a sus amigos. Después, su futuro. Y con ellos la esperanza de volver a encontrarla.

- Bueno. ¡Responde! No sabía si este seguiría siendo tu teléfono...soy Isabel

No supo qué decir y colgó. Las bolsas del mundo nuevamente habían caído. La tristeza lo invadió. No sabía ya qué esperar.

domingo, 20 de enero de 2008

She doesn't get it!

Me hubiera encantado decirte que no tenía la más peregrina idea. Pero la pregunta era provocadora ¿existe el punto G? ¿O era una invención como la de aquella película en la que a pesar que todos hemos visto imágenes de los viajes espaciales, pues en verdad no sabemos si el hombre ha viajado al espacio exterior o todo ha sido una ficción peliculesca?

Pues en verdad M, me sorprende la pregunta. Que seas un cometa no te autoriza para despertar los monstruos y fantasmas que rondan y descansan, a veces, en cada cabeza o en cada espíritu.

En realidad he tenido la pregunta rondando durante varios días. Sé que nuestra charla tenía dos vertientes. Tu excepticismo femenino, con esa mirada tan tuya (pues si no de quién) que nos anuncia a quienes nos gusta quererte (si, sí) o por lo menos a mí, que allí vienes queriendo saber aunque destruyas la paz. Cuidado ya viene. Y mi versión que, sin ser el editor del reporte Kinsey, pero sí un asiduo recurrente del intercambio y del cachondeo, trataba de contener el desbordamiento tan tuyo que todo lo inunda.

Pues creo que he llegado a una conclusión después de todo este tiempo. En verdad ojalá que exista y que no sea un punto y coma o un punto y aparte; porque si efectivamente el tal punto posee todas las características que dicen l@s teóric@s que tiene, vale la pena ser un practicante empedernido del amor, del sexo y del placer. O cómo quién dice, gracias a un punto (y no ortográfico) el mundo es mejor y vale la pena.

En realidad, yo sigo creyendo que si existe como una generalidad funcional humana y no casuística. Aunque descubrirlo es responsaibilidad de cada uno.

Mi deseo, además de lo que ya se sabe (y deja de verme con esa mirada), es que todas las lenguas (además de las que se dedican a la busqueda del Punto G) tengan en sus respectivos alfabetos una G. Sin ese equivalente idiomático se puede condenar a la inexistencia o la negación del placer a algunas sociedades.

Como siempre, te beso

domingo, 13 de enero de 2008

Las (sin)razones de las cosas o por qué las cosas son como son

Para ser un inicio en realidad no sé bien qué escribir, ni cómo contar la historia. Supongo que la manera más fácil es comenzar por el principio caótico que me condujo aquí.

Como una buena parte de las historias urbanas, ésta tiene como referencia la sección de horóscopos del noticiero matutino. La voz de la amistosa horoscopista o como quiera que se le pueda llamar, era convincente "(Virgo. Es momento de crear y decir. Permítete (sic) conocer y proponer. Sal al mundo y decídete. Buen augurio. Mercurio está en tránsito y te favorece)"

Mmta! A ver, a ver. Reconozcamos que a las 7 de la mañana muchas cosas sin sentido, en realidad lo tienen. Una taza de café y comenzó la especulación acerca del misterioso mensaje encerrado en la voz de la horoscopista.

¡Pinche Mercurio! Por qué apareciste esta semana en tránsito. Esta semana es densa, no tengo demasiado tiempo para hacer las cosas que los astros dicen que yo y otra buena cantidad más de vecinos del signo zodiacal debemos andar haciendo. "Permítete conocer y proponer", "Permítete conocer y proponer". Ay, dios ¿Cómo chingados se hace eso? Al fondo Wet, Wet, Wet amenizaba la especulación "...i don't feel the love, i just can hear the words..."

"Sal al mundo y decídete" Bueno eso si lo puedo hacer. No sé sobre qué podría decidir en el orden de la rutina cotidiana si debo ir al supermercado y sólo me gusta un tipo de yogurth, de queso, sólo uno de carnes frías y de transgénicos. En la calidez de mi estudio, a quien con ojos de serena complicidad me gusta imaginar como la baticueva, el olor del café recién molido y preparado inunda la especulación, hace que el frío de la mañana sea menos doloroso, menos grosero, menos menos. "Sal al mundo y decídete". Qué no se habrá equivocado esa mujer y escuché lo que parece una rima publicitaria en lugar del verdadero mensaje "Decídete y sal al mundo", cuya interpretación puede ser sólo "Apúrate y vete". Las 7:40!! Cuál buen augurio ¡otra vez tarde!

El agua caliente es un drama en el estudio. Eso lo sabemos tú y yo. Ese día, sin embargo, el agua caliente salió sin ningún problema (...oooh, picture this, i'm not alone, i'm not alone with my gipsy girl...). A lo mejor sí tenía razón. Ese si podía ser un buen augurio. El agua caliente y el sonido de la palabra augurio me hizo recordarte. Cuando estábamos juntos, y yo creía ingenuamente que sí, alguna vez escuchamos cómo festejaban a alguien y le cantaban en un italiano tropicalizado la mañanitas (Tanti Auguri), pero tú escuchaste (y reconozcamos que siempre fuiste así, sólo oías y veías lo que querías sin ninguna concesión) santiagiurí. Fue aquel mismo día que nos ofrecieron Carpaccio y tú pensaste que el mesero se llamaba Gervasio. Cómo te quise, en fin. El agua seguía saliendo y yo tenía que correr (ahora sí).

La pesadez del recuerdo sólo tiene dos caminos. O se omite o se recrea autobiograficamente para quitarle lo dramático y lo doloroso. Pero si te quito del recuerdo, pensaba en el carro, cómo voy llenar todo el tiempo que te quise. Mejor te cuento, mejor me miento, mejor me invento.

Con el cabello rizado a medio secar seguía pensando en el horóscopo. No es que él fuera monotemático, clavado o no tuviera nada más en qué pensar. Pero se hizo adicto a ellos cuando Bonsai se fue. En realidad creía bien poco en ellos, pero a veces también tenía ganas de escuchar lo que él quisiera. No entendía la gramática, ni la métrica de los astros. ¿Cómo se podía leer el cielo y sus constelaciones? ¿Cómo cada espacio en el espacio podía convertirse en una señal para él? ¿Cómo cada milímetro de estrellas y vastedad podría decirle algo a alguien y que fuera diferente para cada uno? Sigo pensando que el universo es más vasto que el número de humanos en el planeta (aún sumándole a la población china) y entonces una pregunta que le asediaba era: ¿qué ocurría con el espacio que no se usaba para la predicción astrológica porque había más universo que gente? ¿Era un libro en blanco que después se escribiría? A pesar de todo, la idea le gustaba, así su cordón umbilical estaba conectado con el universo. Pero entonces, qué horóscopo era mejor ¿el del canal 2 o el del 13?

La maravilla de la Ciudad es que el tráfico automotriz siempre es una oportunidad para la neurósis o la evasión. Es como dice ella, a quién por cierto descubrí después que te fuiste y que recorre mayores distancias en el auto, una aterradora forma de estar con uno, a pesar de uno mismo. En realidad, nunca entendí por qué te fuiste. Pero hoy, te lo agradezco. Apesar de todo, si pude vivir sin tí.

En un semáfaro en rojo de repente se agolpó el recuerdo de la Tarotista con la que salió algún tiempo. ¡Qué barbaridad! Las cosas que pueden provocar los semáforos. Además de unos ojos verdes subyugantes y una risa de anuncio comercial, ella tenía algo que seducía. Un poco de locura, un poco de ironía. Ella le explicó de la interpretación en la cartomancia, no de la adivinación, sino de las interpretaciones al más puro estilo de terapia de bajo impacto (sí, como los aerobicos que nunca tomaste). Del Tarot lo que más me gustaba era ella. En realidad su piel aceitunada y la combinación con los ojos verdes y el cabello levemente rojo, me parecía espectacular. Me acuerdo que alguna noche mientras cenábamos le pregunté si ella se había leído así misma las cartas. Con sus profundos ojos verdes, me miró y me dijo que no, que no era un tema que quisiera discutir.

- ¿Qué, es cómo si un dentista se hiciera endodoncia solito? Pregunté con descaro.

- No, no quiero saber qué dicen las cartas

Afortunadamente los semáforos en rojo no son eternos. Cuando regresé al mundo vehicular sólo recordé que una noche, después que descubrí que me llamó 15 veces en 20 minutos al teléfono, según el identificador, decidí que ella no era para mí. Nunca supe si se leyó las cartas y me buscaba para preguntarme por qué yo estaba a punto de hacer lo que las cartas le habían dicho que yo haría. Y nunca más nos volvimos a encontrar.

La pesadez del día fue creciendo hasta que unos labios cálidos y tiernos alcanzaron a regresarlo al mundo. Te quiero ¿Me quieres? ¿Por qué me quieres? Las viejas preguntas de todos los días en manos de la dueña de un nihilismo desbordante, una viajera de sensaciones como ella se suele presentar, sólo para que uno no pueda definirla, encontrarla y besarla. Lamento tanto hacer caótico tu mundo y tus certezas, pero la pasión no sabe de equilibrios. Y a veces, yo tampoco. Me besas, me callas, me abrazas.

Cuando la besa, sólo se pregunta cuánto tiempo más podrá lograr resistir los embates. Cuánto tiempo más podrá pasar sin decirle que la ama. Cuánto tiempo y cuánto espacio para decirle que el riesgo de la M, es el riesgo de la R o de la L o de la A. Que cualquier letra del alfabeto está expuesta y que cuando ello pasa no hay ecuación que anticipe, no hay razón, ni diccionario que defina. Que se construye la respuesta. Pero ella quiere saber la definición y cree que sólo hay una. Que no puede haber dos o más definiciones ocupando el mismo espacio. (Aunque lo reconozco, tú y yo sabemos que si puede haberlo, aunque tú siempre lo negaste y creo que sigues pensando que la única definición es la tuya o cómo quién dice "no'más tus chicharrones truenan"). Es difícil.

En realidad no sabe si se lo debe decir. Es inasible. Es rápida. Es a veces un suspiro. Y los suspiros no se deben agitar, porque se pierden. Porque se van.

Por el teléfono móvil entra una llamada. El viejo recuerdo de la adolescencia, de la complicidad, del afecto lo golpea. El tiempo siempre se detiene entre nuestras llamadas. La última vez yo estaba en África y tú en una boda en Michoacán. Esa fue la vida que elegimos y de cuando en cuando recuerdo que también a veces queremos parar y tener y contar lo que a todo mundo parece que le es fácil tener y contar. Pero extrañamente a nosotros no. Qué será. Qué todos los que nos hemos querido desde el principio de los tiempos y fuimos testigos de cómo la noche se volvió día rompimos algún sello que se volvió maldición. No sé. Ya no me da miedo. Tú, ellos, nosotros hemos sobrevivido al terremoto del 85, al final de la revolución sexual, a los divorcios, al éxito, al fracaso, a las certezas familiares, a las elecciones del 88 a las del 2000, a nuestros propios prejuicios, a la muerte de nuestros padres. Somos sobrevivientes y nosotros contaremos nuestra historia.

La dulce voz de ella, nunca ha cambiado. Ella no entiende que para ser una villana se necesita de un talento especial que tristemente no tiene (aquí entre nos, ese es un secreto inconfesable). Pero cada vez que me llama cree que a uno se le puede olvidar la transparencia de su sonrisa. Que se me olvidan los terapéuticos recorridos de madrugada y de maravillosa frivolidad cuando le rompían el corazón o a mí el alma.

- "...estoy experimentando y estoy construyendo un blog...quiero que lo leas y me des tu opinión"

En realidad no supe si reírme o tratarla con solemnidad.

- "Qué opinión quieres de mí. La del que te conoce desde antes que existieran los blogs o la de tu mejor amiga. Porque si es la de tu mejor amiga, ese no soy yo".

Así llegué. Fue un horóscopo que nunca pude descifrar, un recorrido del estudio a la oficina con mucho tráfico, la amorosa presencia de una mujer llena de preguntas que me disturba porque le cuesta trabajo decir te quiero a veces, una taza de café recién molido y la llamada de una inteligente, afectuosa y dulce sobreviviente.

¿Que qué opiné de su blog? Después de leerla, sólo pensé que esta era mi respuesta.